Tañidos de tradición

Sobre el año 2012 junto con Francisco García comenzamos una tarea de documentación que trataba sobre el instrumento e instrumentero de la música popular de nuestra provincia (Valladolid). El propósito era acreditar y dar a conocer su evolución en el ámbito de la música tradicional desde el siglo XVI al XXI, o lo que es lo mismo desde el viejo tañedor de flauta y tamboril al dulzainero de la flamante dulzaina cromática.

En absoluto fue algo programado de antemano, sino que surgió de una serie de inquietudes que afloraron a medida que ahondábamos en nuestras búsquedas de nuevas noticias sonoras o biográficas sobre estos dulzaineros antiguos. Gentes que mantuvieron viva la música del pueblo durante muchas décadas, porque vivían apegados a unas tradiciones que valoraban en extremo y que por nada hubieran traicionado, pues era el alma de sus antepasados y el espíritu que habían heredado de ellos mismos.

Era este un músico no de la alta aristocracia, porque buena parte de ese repertorio estaba formado por discretas melodías y amasado en función de un pueblo campesino y humilde que durante un tiempo se empeñó en cultivar una parcela de su cultura que era el folklore y la tradición. Detrás de su repertorio se halla la historia de una sociedad, sus costumbres y sus maneras, sus bailes mundanos relacionados con la vida cotidiana y a su vez las danzas rituales o religiosas, restos de rituales viejos y ceremonias que habían heredado de una idea piadosa muy anterior.

Aunque referenciemos esta historia de la dulzaina a la provincia de Valladolid, es clara la influencia que existe inevitablemente de músicos procedentes de otras limítrofes, pues queremos puntualizar que reducir ello premeditadamente y por separado, como si presentase elementos de carácter individual e independiente sería poco riguroso, pues existen mutuas relaciones y recíprocas influencias entre los dulzaineros de las distintas provincias tendiendo con ello inevitablemente a una cierta uniformidad en el repertorio que es fácilmente contrastable.

Estudiamos también la “figura madre” que parió al dulzainero que no es otro que el tamborilero de flauta y tamboril o salterio que se mantuvo en nuestra provincia hasta los años treinta del siglo pasado y alimentado por las potentes cofradías que lo habían mantenido amenizando en sus fiestas y romerías, sobreviviendo de mala manera durante algunos años bajo la amenaza de la flamante dulzaina de llaves que había llegado con mucho ímpetu y se había oficializado y colocado en el escaparate más demandado de la sociedad vallisoletana.

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La dulzaina y el tamboril son dos amigos inseparables, que se establecen en apacibles plazoletas y glorietas de nuestra ciudad a principios del siglo XX, incluso bastante antes- que ya estaba en el camino del progreso. Sabido es el cambio que se produce por entonces en Valladolid que había adquiriendo una gran importancia social y económica, alterando con ello el conjunto de elementos que formaban parte de las costumbres del pueblo y hace que se avecinen en ella atraídos por el influjo de la prosperidad, los mejores dulzaineros y maestros artesanos que, dicho sea de paso, ya estaban trabajando sobre las mejoras en un instrumento primitivo y rústico como era la dulzaina requinto.

Llegaron también los grandes concursos que se daban en las ferias y mercados de ganados y maderas -muy de moda a comienzos del siglo XX- que adulteró sustancialmente el repertorio del dulzainero, introduciendo melodías más comerciales que eran realmente antagónicas del de la dulzaina, donde primaba lo virtuoso sobre lo tradicional. Los componentes del jurado de estos concursos, que eran músicos de gran formación, por lo general directores de bandas, imponían obligatoriamente piezas de otros géneros, provocando con ello el abandonando del repertorio antiguo y los ritmos más arcaicos. Trajeron también las disputas y enemistades entre los propios dulzaineros y excesivo celo por transmitir su repertorio a los demás colegas -nada nuevo ya que los maestros antiguos de flauta y tamboril plasmaban en contratos que sus alumnos, una vez adiestrados deberían pagarles un tanto de sus actuaciones durante varios años-.

En sintonía con la sociedad, se tuvieron que plegar a su demanda de los nuevos ritmos “agarraos” y el resurgir de las orquestas. Muchos dulzaineros formaban parte en las bandas de más prestigio como Isabel II o San Quintín e incluso pusieron en marcha algunas de ellas como Ventura Bernal en Casasola de Arión, Teodoro Perucha en Peñafiel o Simón de la Rosa en Villarramiel, y curiosamente estos mismos músicos de instrumentos de bandas son los primeros en repudiar y rechazar la figura del dulzainero y su instrumento, rechazo que de alguna forma aún subsiste hoy en día. A alguien le sorprenderá saber que antiguamente, los hoy defenestrados dulzaineros por el resto de músicos, salvo pocas excepciones eran los que llevaban la batuta y voz cantante en las bandas y orquestas de los pueblos y no era raro verlos en buena sociedad con los sacristanes que era la otra figura musical del mundo rural.

Durante algunos años la dulzaina se estacionó como un reloj parado y enmudecido por nuestra Guerra Civil, hasta la llegada de la Sección Femenina, coincidiendo con el momento histórico y el cambio político que se produce y dentro de una empresa dedicada a la recuperación de la razón y de las señas de identidad de un pueblo y con ello aplacar la hostilidad que hacia España demostraban desde el exterior, enviando como embajadores a los grupos de Coros y Danzas, donde el dulzainero era una parte importante de los mismos -estamos ante un caso evidente de recuperación de su figura- y cuya consigna era: “… nosotros no podremos vencer, pero mucho puede conseguirse si logramos atraer la simpatía de los demás. Que cada uno en su ambiente vaya haciendo labor “.

Si para muchos la labor de la Sección Femenina es admirable en todos los aspectos y muy especialmente lo relacionado con la tarea que llevó a cabo en relación con el folklore nacional en lo relativo a su trabajo de investigación y recopilación de canciones y bailes, su labor en Valladolid es muy discutible y podemos criticarla o defenderla si la relacionamos con otras de las provincias limítrofes. «El folklore vallisoletano estático” era un titular del periódico Diario Regional -hoy desaparecido- en el año 1954, y el encabezamiento de una entrevista realizada a la jefa del departamento de cultura de la Sección Femenina, quien afirmaba que por aquellas fechas quedaban en Valladolid tan sólo dos músicos dulzaineros -Jesús García y Rodolfo Castilla- y daba con ello la voz de alarma sobre la posible desaparición del instrumento y la escasez de danzas y bailes en nuestra provincia.

Pero sinceramente creemos que el panorama no era tan desastroso e intuimos cierto sentido de abandono y de inercia llegando solo al repertorio de los “Quicos de Pollos” en la figura de Jesús García, cuando aún existían más músicos dulzaineros de prestigio aún vivos a los que no supieron llegar como los Rodríguez, los “Pichilines”,  los Bernales, los “Cacharreros”, los “Cabezorras”, el tío “Panana” etc. que si no tocaban en ese momento podían dar fe de ellos. Lo mismo podemos decir de los bailes y las danzas, incluyendo y abanderando muchos ajenos a nuestra provincia como el Ahorcado de Logroño, la Rueda de Villalcampo, el Cura de Perales, El Bolero de Algodre, la Jota de Talavera, o las Seguidillas de Madrid y desdeñando otros que sí que lo eran como los Folijones de Valladolid, el Picacho y la Rueda de Ceinos, la Jota de Villaverde y Villafranca de Duero o la de recién casadas de Tiedra, la Jotilla de Villavicencio, la Entradilla de Velilla, el Trébol y baile de la Piñata en Íscar y Mota, y muchas danzas de Paloteo que aún estaban frescas en la memoria de las gentes, promocionando únicamente la de Berrueces de Campos. Es desolador leer en una de sus fichas de trabajo de campo de las Cátedras Ambulantes “Francisco Franco” y simulando las palabras de don Miguel de Unamuno tachando a los habitantes de esta tierra de “atónitos palurdos sin danzas ni canciones”, el siguiente texto relativo a la población de la Unión de Campos: “Pueblo muy apático y poco constante. No se sienten responsables para nada. No los inquieta nada que sea importante para la vida de hoy, sino lo superficial como puede ser la moda etc. En cuanto a cultura no tienen y tampoco sienten la preocupación por adquirirla”. Luego recopilarían en esta población un baile de bodas y la canción ¡Ay morena!

Cierto es que la Sección Femenina tergiversó el rico ritual folklórico de nuestro pueblo adulterándolo en las grandes manifestaciones patrióticas o sobre los escenarios teatrales, quedando desconectado de la realidad social que lo había hecho posible, pasando de ser seña de identidad de un pueblo que lo realizaba para festejar un acontecimiento local a una puesta en escena en auditorio que se mostraba a gentes que en el mayor de los casos estaban poco capacitados para conectar con su auténtica esencia. El mismo Vicente Escudero denuncia entonces que el folklore al uso era falso, “. está amañado para que llegue al público. Hoy ni se canta ni se baila puro, nadie baila serio por derecho, al contrario, se mezclan los tercios para que resulte algo agradable”.

Sería injusto olvidarse de esos artesanos que dulcificaron y transformaron el rudo instrumento, con la incorporación de las llaves que dicho sea de paso aún nadie ha podido demostrar quién fue el primero en ponerlas, si el vallisoletano Ángel Velasco o los ribereños burgaleses Esteban de Pablos, Bruno Ontoria o Victorino Arroyo, que a principios de siglo trabajaban en la frenética tarea por mejorar las posibilidades sonoras del instrumento y supuso una revolución en el mundo de la dulzaina.

Tras unos años de “crisis” y la publicación del libro “Dulzaineros y Redoblantes” las tonadas castellanas de los dulzaineros se retoman de nuevo a mediados de los setenta con algunos homenajes a Victorino Amo, Jonás Ordóñez o Crescenciano Recio y en septiembre de 1980 en el teatro de la Feria de Muestras de Valladolid se organiza el “I Festival de Dulzaineros de Castilla y León” con una conferencia sobre los orígenes de la dulzaina y la figura de Ángel Velasco a cargo de Lorenzo Sancho y donde toman parte los mejores dulzaineros de la región. Paralelamente en Tordesillas comienzan los certámenes del Concejo de Dulzaineros del Toro de Vega y a funcionar algunas escuelas en Laguna de Duero, Viana o Aldeamayor con lo que llegamos a otra de las etapas interesantes que nos falta por añadir a esa visión panorámica sobre la figura del dulzainero vallisoletano a lo largo de la historia que es el momento actual del dulzainero aprendiz por escuela en el que se intenta enseñar danzas o ritmos que corresponden a un mundo en el que no han nacido y por lo tanto faltos de la perspectiva histórica.

Toda esta investigación pretendemos plasmarla en una publicación, que intentaremos sacar a la luz en el futuro, anticipando a los lectores que no esperen encontrarse con una gran prosa literaria o un riguroso y concienzudo trabajo de investigación en nuestras páginas, sino simplemente el poner todos nuestros hallazgos al servicio de aquellas personas interesadas (colegas y amigos de la dulzaina) cuanto hemos podido recopilar durante estos años y que buenamente pretendemos documentar de una manera ordenada sobre la figura del músico tradicional, sin que sea nuestra intención pretender con ello ningún beneficio económico ni de cualquier otro género.

Cuatro años después del inicio, en 2015, hicimos la primera puesta en valor de la información recopilada bajo el título: “Un Día de Fiesta”. Un espectáculo monográfico que presentamos en algunos pueblos de la provincia de Valladolid como: Campaspero (“Solfa y Yantar), Aldeamayor (“Escuela Tierra de Pinares”) y Olmedo (“Asociación de Música Villa de Olmedo”). Igualmente, para los alumnos de musicología de la Universidad de Valladolid en un pequeño formato acompañados por los músicos Alfredo Ramos y Jaime Vidal.

El repertorio seleccionado mostraba en líneas generales los ritmos, melodías y danzas que sucedían a lo largo de un día festivo en cualquier pueblo de nuestra provincia un siglo atrás. Para la puesta en escena contamos con la colaboración de danzantes, bailadores y muchos dulzaineros y músicos amigos.

En los actos también se pudieron observar exposiciones de instrumentos con ejemplares de las colecciones de Lorenzo Sancho y la Fundación Joaquín Díaz, además de algunos aparejos de cuadrillas de danzantes de colecciones particulares.

Aprovechamos la ocasión para honrar la labor y trayectoria de algunas personalidades relacionadas con el mundo de la dulzaina como: José Delfín Val, los hermanos Joaquín y Luis Díaz, el etnógrafo Carlos Porro o el virtuoso, del que salieron miles de tonadas del resuello de su dulzaina, Librado Rogado.

Dimos comienzo estas conferencias-concierto con un audiovisual titulado “Tañidos de Tradición”, realizado Marta Gómez, donde mostramos algunas pinceladas de la temática que nos ocupaba en ese momento.

Como hubo muchos dulzaineros y personas relacionadas con la cultura tradicional que se interesaron vivamente por esta proyección, queremos hacerla pública y quede a disposición de colegas y amigos de la dulzaina, pero, fundamentalmente lo que nos ha guiado a ello es el poder tributar un merecido homenaje y reconocimiento hacia algunas personas que aparecen en esta proyección y que tristemente nos han dejado, cómo:  Félix Novo, Alejandro Pasalodos, Jonás Ordoñez, Ángel Rodríguez, Esperanza Manrique, Constantino Marcos, Librado Rogado o el profesor Anastasio Rojo.

Finalmente, un recuerdo de agradecimiento personal a todas aquellas personas que nos prestaron su ayuda desinteresada y con ello pudimos mostrar el trabajo realizado sobre el dulzainero vallisoletano, interviniendo o participando de alguna manera en dichos eventos y que por ser muchas las personas, preferimos omitir dar nombres.

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