Hoy día que todos estamos un poco alarmados por la situación de pandemia del COVID-19 con personas infectadas en la mayoría de países, aprovecho para hacer un repaso por algunas de las epidemias más significativas que han acontecido a lo largo de los siglos y de las que hay registro, extendiéndome (por ciertas similitudes con la pandemia actual) en el caso del cólera morbo o peste asiática que atacó ferozmente a nuestro país en el siglo XIX, ciñéndome al caso concreto de una pequeña población terracampina: Villafrades de Campos.
La historia de este pueblo está tejida de un largo suceder de constantes alteraciones demográficas unidas a momentos brillantes y trágicos. Los habitantes consiguieron, durante siglos de aprendizaje, dominar y controlar en buena parte los fenómenos naturales que fueron acaeciendo como las riadas, hambrunas o malas cosechas. Pero las mayores tragedias y más temidas han sido las graves enfermedades contagiosas o epidémicas como las pestes, ya que solo cuando la medicina consigue atajarlas con cierto grado de efectividad las gentes respiran con alivio.
La epidemia más mortífera y contagiosa que jamás se había visto fue la Peste Negra trasmitida por pulgas y piojos que habitaban en los roedores, que devastó Europa en la Edad Media y se cebó en estas pequeñas poblaciones de Tierra de Campos dejando deshabitados lugares próximos a Villafrades como Población, Peñalosa, Arcello, Villacilda, Torreherrín o Molillas.
En el caso concreto de Villafrades, la Peste Estival de finales del siglo XVI y principios del XVII, asociada a una serie de malas cosechas diezmó de tal manera la población que pasó de tener 152 vecinos a 60, reduciéndose incluso a 33 en 1646. Los documentos desprenden hambrunas y una elevada mortalidad infantil, en muchos casos por miseria o abandono, y por falta de alimentos. Como muestra, cito esta nota del testamento de María Bermúdez, una mujer gallega que había acudido a estas tierras para trabajar en la siega y que falleció en 1700: «…su situación era tan mísera que ordena que de sus vestidos y alayuelas se hiciese almoneda y con ello le hiciesen misas».
Ahora voy a centrarme en las epidemias que acaecieron a finales del siglo XIX y que se fueron sucediendo entre los años 1883 y 1885 cuando Villafrades contaba en torno a los 500 habitantes. Es muy interesante el relato histórico que hace D. Rodrigo Fernández (médico) acerca de la epidemia de cólera del año 1885 en la localidad de Revilla de Campos (ver Diario Palentino).
Desde el primer día de octubre hasta el doce de diciembre de 1883 Villafrades fue invadido por un brote de sarampión complicado en su mayor parte con catarros del aparato respiratorio y del tubo digestivo que afectó a los ciento setenta niños de uno a diez años existentes en la localidad, de los que fallecieron quince.
La situación empeoró y hasta principios de mayo de 1884 los habitantes fueron atacados por fiebres tifoideas agravadas en su mayor parte con proctorragias y catarros del aparato respiratorio infectando de forma epidémica y contagiosa a familias enteras, dándose casos de hasta cuatro o cinco individuos en una sola casa. Afectó a setenta personas, entre los ocho y treinta años de edad, de los que fallecieron cinco.
En los siete meses que duraron las dos epidemias el médico D. Felipe Martín Vega tuvo un comportamiento ejemplar de lo que se remitió noticia al señor Gobernador para que se le recompensase por ello con esta nota:
“Prestó eminentes servicios a la unidad doliente que bien puede decirse que expuso su vida para salvar la de sus semejantes, tal era la gravedad de las dolencias y tan frecuentes las complicaciones que dicho señor se tomó interés sin igual para prodigar los auxilios de la ciencia y consuelo de las familias haciendo continuamente visitas, lo mismo de día que de noche, privándose del tiempo necesario para su descanso. Con la circunstancia de ser solo en el pueblo sin un compañero con quien consultar. Tal es la ilimitada confianza de su clientela que, aunque propusiera consulta en algunos casos fueron muy pocos en los que tuvo esta satisfacción. Por tanto, dichos señores acordaron dar las más expresivas gracias al referido D. Felipe en nombre de esta corporación y de todo el vecindario de quien creen ser fieles intérpretes con objeto de que le sirva de estímulo y satisfacción lo cual se hace saber al interesado por medio de certificación de este acuerdo”.
El 24 de mayo de 1884 se convocó al pueblo a campaña tañida para tratar sobre el cementerio, que estaba situado en medio de la población en la parte norte de la iglesia parroquial distando de las casas entre seis y diez metros:
“…es demasiado reducido de modo que, habiendo fallecido tanto número de personas en las dos epidemias, más los que fallecían por las enfermedades ordinarias y crónicas no queda sitio en él donde poder exhumar más cadáveres, habiendo sospechas de que este lugar perjudica el estado sanitario del pueblo”.
Se acuerda la construcción de nuevo cementerio con toda urgencia antes de que llegue la época de los calores y vengan males mayores. Se decide que se hagan los planos, presupuesto y pliego de condiciones de las obras contando como medios para realizarlos con la prestación vecinal ofrecida espontáneamente por los vecinos para salir de tan angustiosa situación. La construcción del nuevo cementerio, obra de Rafael Castellanos de Villacid, en la senda de retores en una tierra de labor propiedad de D. Cipriano Pérez conlleva la aportación de cinco pesetas por vecino, colocando sobre las puertas una figura de “abuja” y una cruz.
Una nueva epidemia aparece en España en 1885 con el nombre de cólera morbo asiático y se toman medidas preventivas por si llegase a presentarse en Villafrades1En realidad, se trata del cuarto brote de esta enfermedad endémica que desde 1834 apareció a orillas del río Ganges (India). Además de ocasionar muchos muertos, provocó la huida de los vecinos de los pueblos invadidos por el contagiado. Es muy ilustrativa esta nota del Boletín Oficial de Palencia de agosto de 1834: «Ha llegado a noticias de S.M. la Reina Gobernadora con el mayor desagrado que varias autoridades locales e individuos de Ayuntamientos de los pueblos invadidos por el cólera morbo han abandonado huyendo cobardemente, y dejándolos expuestos, con mengua de su honor y menosprecio de sus sagradas obligaciones, a los horrores de la anarquía y de la miseria, precisamente en los momentos en que es más necesaria la presencia de las autoridades, y exige de ellas los mayores esfuerzos el estado de aflicción de los pueblos». En el estudio de esta enfermedad destacó sobremanera D. Lopé Valcarcel, médico titular de Carrión de los Condes publicando un libro titulado «El Cólera morbo asiático» en el que se establecen las precauciones que deben observarse y el tratamiento para los enfermos.. El libro de actas de la junta de sanidad recoge estas medidas y las precauciones higiénicas que debe cumplir la vecindad para evitar el desarrollo de la enfermedad.
La gente tomó poca conciencia del problema y en un bando del ayuntamiento el 26 de julio de 1885 se hace saber que a pesar de haber decretado el levantamiento de estercoleros que se hallan dentro de la población, los vecinos han hecho caso omiso y les da 48 horas para que los levanten. Igualmente se prohíbe arrojar aguas sucias a la vía pública, y que por albañales salgan aguas corrompidas de los corrales a la calle, y para ello debe de haber un sumidero que las recoja.
Las localidades cercanas estaban contagiadas por lo que se temía lo peor y el 2 de agosto de 1885 se publica esta nueva acta de recomendaciones:
“Por hallarse invadido de cólera morbo asiático:
1º Se establezca provisionalmente en el cementerio un depósito para los cadáveres en el caso en que se presentase la epidemia.
2º En caso de que algún trabajador o transeúnte cayese con la terrible enfermedad se designa local para aislarle la panera del pósito.
3º Se abra una zanja o fosa en el cementerio para sepultar los cadáveres que pudiera ocasionar la enfermedad y que los cadáveres se trasladen en las primeras horas de la mañana y últimas de la tarde.
4º Se vigile a los viajeros que se desmonten del coche con el objeto de saber el punto de su procedencia no sea que se vengan de los que se hallen epidémicos, sin que por ningún motivo se les permita pernoctar en la población2 Esta medida ya estaba en vigor desde septiembre de 1879 en que se ordena la vigilancia de las personas y mercancías que procedan de puntos infectados, debiendo sufrir cuarentena en los sitios designados, o sea «lazaretos», los cuales estarán situados fuera de las poblaciones, alejados de los paseos públicos y en parte contraria a la dirección de los vientos que más reinen. En junio de 1884 se insta también a los alcaldes a ejercer constante vigilancia respecto a los individuos que burlando las disposiciones sanitarias logren traspasar los cordones fronterizos poniendo en peligro la salud de la población por la posibilidad de contagio. Los alcaldes tenían potestad para ordenar la detención del transgresor y su conducción con la incomunicación debida a un punto asilado y convenientemente dispuesto del hospital. Los individuos detenidos deben sufrir cuarentena de siete días con el debido aislamiento y si fuese portador del cólera trasladarlo a un edificio del municipio designado para coléricos. .
5º Los vecinos y posaderos deben dar cuenta de las personas que quieren pernoctar.
6º Para lavar las ropas se harán en el puente nuevo de la carretera en dirección de corrientes abajo.
7º Se fije al público en edicto para ver si hay personas que soliciten la conducción de cadáveres.
8º Se prohíbe al carnicero el degüello de las reses en su propia casa3 Se trata con esta medida de vigilar los abastos particulares y evitar el consumo de carnes de reses que padecen esplenitis morbífica o enfermedad del bazo.”.
Una semana después, el 9 de agosto, un nuevo edicto solicita alguna persona en el vecindario que quiera hacer la conducción de cadáveres al cementerio y al mismo tiempo les dé sepultura mediante un precio convencional. Entre las medidas llevadas a cabo figuran: las consignas sociales para auxiliar a enfermos pobres y poder atender su subsistencia; petición a los vecinos para que contribuyan con limosnas y ropa, el nombramiento de Andrés Rodríguez como encargado de llevar la cuenta de lo que cada uno da, y la localización del hospital de estos enfermos y pobres en la panera del nuevo pósito, por no encontrar otro lugar más apropiado. Esa misma tarde se realizó una visita domiciliaria con el objeto de inspeccionar la limpieza y aseo de las calles. Por último, se advierte que bajo ningún concepto se permita la entrada en esta población de persona alguna, ni efectos de puntos sospechosos o epidémicos sin ser sometidos a la jurisdicción.
Estas medidas sanitarias sobre la movilidad de la gente que toman algunos pueblos resultan un mazazo para la economía y arruinan los mercados de Villalón, que se queja y acusa a Ceinos de imponer multa de 10 pesetas al vecino que acuda a Villalón; a Aguilar de Campos porque detiene en una mazmorra a algunos palentinos que se dirigen a esta villa y les fumigan con una escoba; a Gatón porque no permite a los vecinos que se abastezcan de comestibles y género de comercio de los tratantes de Villalón como siempre lo hacían; y a Cuenca porque detiene diariamente el coche de Villalón a Rioseco inspeccionándole minuciosamente. Con este panorama a los tratantes y viajantes les entró el pánico por las noticias y decidieron no acudir haciéndolo preferentemente en Villada.
Aunque la mayoría cumplía con las medidas adoptadas por los ediles de alimentarse solo de productos saludables evitando picantes, carnes o pescados corrompidos, frutas verdes, higos chumbos, y sobre todo pepinos, no sucedió lo mismo con la vecina Luisa Obarro, y el 15 de agosto de 1885 se le instruye expediente por haber infringido las disposiciones dictadas por esta alcaldía. El relato del asunto es el siguiente: Eugenio Acero a las ocho de la noche poco más o menos al ir para su casa se encontró a la esquina de la casa de Juan del Olmo con su hija Jacoba Acero que se hallaba con media docena de pepinos y le preguntó de dónde venía de por ellos, a lo que contestó que de la casa de Luisa Obarro. Ante las normas disposiciones dictadas referentes a la higiene y la sanidad Eugenio se vio en la necesidad de ponerlo en conocimiento del señor alcalde. Éste dispuso que el alguacil pasase recado a Luisa Obarro y así lo verificó.
«Presente la Luisa ante el Señor alcalde y de mí el secretario mostrándola la media docena de pepinos ocupados a la Jacoba y preguntado si se los había vendido, manifestó que sí. Preguntada si tenía más en su casa y cómo los había adquirido, contestó que tenía más de sesenta docenas de los indicados pepinos y que se los había quedado un hombre llamado Domingo, vecino de Mayorga, y que no puede precisar su apellido por ignorarle. Esta dijo no firmar porque expresó no saber y lo hace un testigo a su ruego con el alcalde y yo secretario interino. Fernando Gómez (secretario), Juan Herrero (alcalde) y a ruego de Luisa Obarro, Miguel Ramos”.
Acto seguido se registró la casa de Luisa Obarro por el alcalde, secretario y varios individuos de la junta de sanidad con algunos testigos. Requisaron cincuenta docenas y nueve pepinos a lo que Luisa manifestó:
“no ser suyos y sí del hortelano Domingo vecino de Mayorga y que tan pronto se presente a la Luisa, ésta de cuenta a la autoridad para acordar lo que proceda imponerles de multa por estar terminantemente prohibida su venta en las circunstancias presentes que estamos atravesando por efecto de la epidemia colérica reinante en nuestra península y provincia. Firman Juan Herrero, Lucio Rodríguez, Miguel Ramos, Eduardo Sánchez, José Giraldo, Juan José Ramos, Eugenio Acero, Julián Herrero, Francisco Población, Rogelio Escobar, Francisco Ramos, y a ruego de Luisa por no saber firmar Miguel Ramos».
Se acordó que, aunque los pepinos no eran suyos pero como Luisa los vendió y es a ella a quien se les han requisado, ésta sería la responsable de los daños que hubiera podido ocasionar con la venta de los referidos pepinos a los habitantes. Siguiendo la recomendación de las circulares de sanidad y beneficencia vigentes de que las juntas velen por la salud pública, de común acuerdo y conformidad acordaron condenar a la Luisa a la pérdida de todos los pepinos y la multa de veinte pesetas que tiene acordada la junta imponer a los contraventores. Sobre la materia, que sean hechos pedazos y sepultados para que no infecten el ambiente porque se pudran. Fueron hechos pedazos y enterrados en los redondales.
Se consideraba al pepino un vegetal de los más perjudiciales y nocivos para la salud por lo difícil de digerir y lo predispuesto a cólicos, especialmente durante la terrible y asoladora enfermedad epidémica conocida en España, y por desgracia en la provincia, con el nombre cólera morbo asiático. Se acusa a los jornaleros del campo de Villalón, gente muy humilde que fundamentalmente residía en el barrio de los Tusones, de ser los causantes de transmitir el virus por su descuidada alimentación, «reducida a pepinos y agua en demasía en esta época siempre da los mismos resultados desastrosos en cierta clase de gente que después del trabajo de campo y el sofoco consiguiente les produce cólicos que descuidados siempre resulta destruir la naturaleza» (corresponsal del Norte de Castilla, 6 de agosto de 1885).
La pandemia se había extendido como la pólvora y Villalón era uno de los focos más contagiados4Villalón era uno de los pueblos más infectados de la provincia de Valladolid junto a Villafranca de Duero, Cabezón de Pisuerga, Valdestillas y Valoria la Buena posiblemente debido al descuido en aplicar las medidas sanitarias adecuadas. Según El Norte de Castilla: «a pesar de que la junta de sanidad acordó limpiar sus sucias calles, hay personas que sospechan que tal limpieza no se realizará por falta de costumbre y de energía». Solo cuando el problema se agudizó se tomaron medidas, dotando de un médico más, y destinando el cuartel como hospital disponiendo que la Guardia Civil se alojase en casas particulares. El pánico y la agitación social era general, y el día 11 de agosto fue bárbaramente atropellado un médico de la localidad Sr. Gutiérrez por los parientes de una pordiosera mendiga a la que asistió y que a pesar de sus cuidados no pudo salvar de la muerte. Pocos días después durante varias noches se sucedieron grandes alborotos en los que muchos vecinos dieron gritos de «¡muera el alcalde! ¡vivan los microbios!, al grito de los alborotadores acompañaba el ruido infernal de latas de petróleo que arrastraban tras de sí, teniendo que intervenir las autoridades. Acudieron en loable gesto como apoyo de los desolados vecinos las monjas Hermanas de la Caridad de León para encargarse de la asistencia de los coléricos.. Por ese motivo, el 27 de agosto de 1885 el Concejo fija un local donde fumigar a las personas que vengan del punto infectado, así como también a los que se dirijan a Villalón por asuntos particulares, y transeúntes que quieran internarse en esta población. Se nombra a Crispín Escayo Ramos para vigilar el pozo de aguas dulces de las que se abastecían los vecinos y el tránsito de la carretera tanto la entrada como la salida, sin permitir coger agua a los segadores por traer las vasijas sucias. En pago de este servicio se le dará una peseta y cincuenta céntimos diarios.
El río Sequillo y sobre todo el arroyo Berruez eran muy propicios para el desarrollo del germen tanto por la costumbre de lavar las ropas en ellos, como la de vaciar en sus cauces basuras e inmundicias, por lo que se prohíbe lavar las ropas en el río.
El descuido de las autoridades villalonesas al no ser capaces de atajar el foco de infección del barrio de los Tusones fue uno de los motivos de la expansión del cólera y posiblemente de su llegada a Villafrades. Los Tusones eran unas regueras que dieron nombre al barrio, que circundaban las casas de la mitad de la población y donde se estancaban y descomponían las aguas sucias procedentes de los corrales, tenerías y albañales del pueblo. Estas aguas desembocaban en el Berruez llegando hasta Villafrades con esos insalubres líquidos.
El 1 de septiembre de 1885 se informa al gobernador de todas las medidas adoptadas. El primer caso se dio a finales de septiembre y el día 1 de octubre de 1855, los señores que componen la junta de beneficencia y sanidad: D. Ángel Herrero presidente, D. Aureliano Balvuena párroco, D. Antonio Ramos y D. Benito Rodríguez, vocales y D. Félix Diego cirujano dijeron que: “hace cuatro días que se halla este pueblo invadido de cólera de morbo asiático y desgraciadamente aflige a la clase más pobre y necesitan de algún remedio, ya para medicina, ya para alimentos”. La junta cuenta con algunas fanegas de las rentas de las fincas del Hospital de los Santos que no son suficientes para atender las necesidades más perentorias.
A mediados de septiembre y después de mes y medio la epidemia había remitido y estaba controlada, aunque se siguen recordando las medidas sanitarias para evitar el desarrollo de la enfermedad por si llegare a presentarse de nuevo. La circular del Gobernador Civil de la provincia que inserta en el Boletín Oficial nº28 del viernes 5 de febrero dice así:
“Medidas higiénicas de la salubridad pública que se deben adoptar para evitar en algún acto la importación y desarrollo de los focos de infección:
1º Que para evitar que afluyan a los manantiales o ríos sustancias en descomposición susceptibles de alterar las condiciones de las aguas se reconozca todo el interior de la población con la más exquisita escrupulosidad.
2º Que se prohíba el que haya tanto en los corrales de las casas como alrededor del pueblo abono animal alguno haciéndolo saber al vecindario por medio de edictos que se fijarán en los parajes públicos de costumbre.
3º Que todos los focos de infección que notoriamente se reconozcan como nocivos desaparezcan inmediatamente y se conserven en el mejor estado posible.
4º Que en el interior de las viviendas se encargue el mayor aseo y limpieza así como las eras públicas para que se hallen las calles limpias de charcos y materiales con cuya descomposición pueda viciarse la vía respiratoria.
5º Que se ejerza una constante vigilancia en los establecimientos públicos y especialmente en el matadero y posadas para que haya el mayor aseo y limpieza y al propio tiempo previniéndole fiscalización en las bebidas y alimentos que se expendan al público.»
En total fallecieron unas 800.000 personas a lo largo de las cuatro epidemias que acontecieron en España a lo largo de este siglo XIX.
El reflejo de estas pandemias del siglo XIX en la que actualmente nos encontramos deja clara la importancia de la colaboración social como primer punto para atajarlas. Los datos procedentes del archivo municipal demuestran que las medidas y recomendaciones tomadas hoy en día contra el COVID-19 se asemejan en parte a las que se tomaron para luchar contra epidemias pasadas, demostrando una vez más que el ciclo de la historia se repite. Seamos responsables y juntos acabaremos con ella.