La dulzaina en la provincia de Valladolid (compendio)

Sobre el año 2012 comencé junto con mi gran amigo el dulzainero Francisco García una tarea de documentación que trataba sobre el instrumento e instrumentero de la música popular de nuestra provincia (Valladolid). El propósito era acreditar y dar a conocer su evolución en el ámbito de la música tradicional a lo largo de los siglos XVI al XXI, desde el viejo tañedor de flauta y tamboril al dulzainero de la flamante dulzaina cromática. No fue algo premeditado, sino que la idea surgió a partir una serie de inquietudes que afloraron a medida que ahondábamos en nuestras búsquedas de nuevas noticias sonoras o biográficas sobre estos dulzaineros antiguos que tanto nos interesaban. Personajes que participaron de la intensa actividad musical que existía en los pueblos y contribuyeron a la continuidad de muchos ritos y celebraciones que con gran celo trasmitieron generaciones pasadas.

No nos referimos a músicos de la alta aristocracia, ya que buena parte de su repertorio estaba formado por discretas melodías que aprendieron y tocaron a lo largo de su vida desempeñando su oficio de dulzaineros. Detrás de su repertorio se halla la historia de una sociedad, costumbres y sus maneras, sus bailes mundanos relacionados con la vida cotidiana y a su vez las danzas procesionales, restos de rituales viejos y ceremonias que habían heredado de una idea piadosa muy anterior.

Aunque referenciemos esta historia de la dulzaina a la provincia de Valladolid, es clara la influencia de músicos procedentes de otras limítrofes, cuyas relaciones mutuas influyeron inevitablemente en una cierta uniformidad del repertorio.

Comenzamos nuestro estudio con la figura madre que parió al dulzainero, el tamborilero de flauta y tamboril o salterio, que se mantuvo en esta provincia hasta los años treinta del siglo pasado. Alimentado por las potentes cofradías que le contrataban para amenizar sus fiestas y romerías, sobrevivió de mala manera durante algunos años bajo la amenaza de la flamante dulzaina de llaves que había llegado con mucho ímpetu y se había oficializado y situado en el escaparate más demandado de la sociedad vallisoletana.

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Macario Rodríguez, tamborilero de Aguilar de Campos. Alegoría del Trabajo (1963, José María Castilviejo).

La dulzaina y el tamboril son dos aliados inseparables, que se establecen a mediados del siglo XIX en apacibles plazoletas y glorietas de nuestra ciudad que ya estaba en el camino del progreso. Es conocido el cambio que se produce por entonces en Valladolid que había adquirido una gran importancia social y económica, alterando con ello el conjunto de elementos que formaban parte de las costumbres de los pueblos. Este fenómeno social hace que se avecinen en la ciudad atraídos por el influjo de la prosperidad, los mejores dulzaineros y maestros artesanos que, dicho sea de paso, ya estaban trabajando sobre las mejoras en un instrumento primitivo y rústico como era la dulzaina requinto.

Llegaron también los grandes concursos que se daban en las ferias y mercados de ganados y maderas (muy de moda a comienzos del siglo XX) que alteraron sustancialmente el repertorio del dulzainero, e introdujeron melodías más comerciales que eran realmente antagónicas a la de la dulzaina, donde primaba lo virtuoso sobre lo tradicional. Los componentes del jurado de estos concursos que eran por lo general músicos con buena formación musical, directores de bandas en muchos casos, imponían obligatoriamente piezas de otros géneros, y propiciaron con ello el abandono del repertorio antiguo y los ritmos más arcaicos. Trajeron también las disputas y enemistades entre los propios dulzaineros y excesivo celo por transmitir su repertorio a los demás colegas, algo que los maestros antiguos de flauta y tamboril ya plasmaban en los contratos con sus alumnos, que una vez adiestrados deberían pagarles un tanto de sus actuaciones durante varios años.

En sintonía con la sociedad, se tuvieron que amoldar a la demanda de los nuevos ritmos “agarraos” y el resurgir de las orquestas. Muchos dulzaineros formaban parte en las bandas de más prestigio como Isabel II o San Quintín e incluso pusieron en marcha algunas de ellas como Ventura Bernal en Casasola de Arión, Teodoro Perucha en Peñafiel o Simón de la Rosa en Villarramiel, y curiosamente estos mismos músicos de instrumentos de bandas son los primeros en repudiar la figura del dulzainero y su instrumento, rechazo que de alguna forma aún subsiste en la actualidad. Resulta sorprendente conocer que antiguamente, los hoy defenestrados dulzaineros por el resto de músicos, salvo algunas excepciones, solían ser los que llevaban la batuta y voz cantante en las bandas y orquestas de los pueblos y no era raro verlos en buena sociedad con los sacristanes que era otra figura musical destacada del mundo rural.

Banda de Casasola de Arión con los Bernales de Adalia (1932). Fotografía cedida por M. Martín Bernal. Colección: Rafael Gómez Pastor.

Durante algunos años la dulzaina se detuvo como un reloj parado y enmudecido por la Guerra Civil. La llegada de la Sección Femenina, coincidiendo con el momento histórico y el cambio político que se produce, se erige como una empresa dedicada a la recuperación de la razón y de las señas de identidad de un pueblo y aplacar con ello la hostilidad que hacia España demostraban desde el exterior. Envía como embajadores a los grupos de Coros y Danzas, donde el dulzainero era una parte importante de los mismos -estamos ante un caso evidente de recuperación de su figura- y cuya consigna era: “… nosotros no podremos vencer, pero mucho puede conseguirse si logramos atraer la simpatía de los demás. Que cada uno en su ambiente vaya haciendo labor“.

Si bien para muchos la Sección Femenina hizo un buen trabajo en lo relativo al folkore nacional por su documentación y recopilación de canciones y bailes, su labor en Valladolid es muy discutible especialmente si la relacionamos con el de otras provincias limítrofes. «El folklore vallisoletano estático” era un titular del año 1954 publicado en el hoy desaparecido periódico Diario Regional que encabezaba una entrevista realizada a la jefa del departamento de cultura de la Sección Femenina, quien afirmaba que por aquellas fechas quedaban en Valladolid tan sólo dos músicos dulzaineros, Jesús García y Rodolfo Castilla, y daba con ello la voz de alarma sobre la posible desaparición del instrumento y la escasez de danzas y bailes en nuestra provincia.

Pero sinceramente creemos que el panorama no era tan desastroso e intuimos cierto sentido de abandono y de inercia al referirse únicamente al repertorio de los “Quicos de Pollos” en la figura de Jesús García, cuando aún existían más músicos dulzaineros de prestigio a los que no llegaron como los “Rodríguez”, los “Pichilines”,  los ”Bernales”, los “Cacharreros”, los “Cabezorras”, el tío “Panana”… que si no tocaban en ese momento al menos podían dar fe de ellos. Lo mismo podemos decir de los bailes y las danzas, al incluir y abanderar muchas piezas ajenas a nuestra provincia como el Ahorcado de Logroño, la Rueda de Villalcampo, el Cura de Perales, el Bolero de Algodre, la Jota de Talavera, o las Seguidillas de Madrid y desdeñando otros que sí que lo eran como los Folijones de Valladolid, el Picacho y la Rueda de Ceinos, las jotas de Villaverde y Villafranca de Duero o la de recién casadas de Tiedra, la Jotilla de Villavicencio, la Entradilla de Velilla, el Trébol y baile de la Piñata en Íscar y Mota, y muchas danzas de paloteo que aún estaban frescas en la memoria de la gente, promocionando únicamente la de Berrueces de Campos. Es desolador leer en una de sus fichas de trabajo de campo de las Cátedras Ambulantes “Francisco Franco”, y simulando las palabras de don Miguel de Unamuno al tachar a los habitantes de esta tierra de “atónitos palurdos sin danzas ni canciones”, con el siguiente texto relativo a la población de la Unión de Campos: “Pueblo muy apático y poco constante. No se sienten responsables para nada. No los inquieta nada que sea importante para la vida de hoy, sino lo superficial como puede ser la moda etc. En cuanto a cultura no tienen y tampoco sienten la preocupación por adquirirla”. Más tarde recopilarían en esta población un baile de bodas y la canción ¡Ay morena!

Jesús García con el Grupo de Danzas de la Colonización. A.H.P. Fotógrafo: J. Lopez.

La Sección Femenina tergiversó el rico ritual folklórico de los pueblos adulterándolo en las grandes manifestaciones patrióticas o sobre los escenarios teatrales, al quedarlo desvinculado de la realidad social que lo había hecho posible, pasando de ser seña de identidad de un pueblo que lo realizaba para festejar un acontecimiento local a una puesta en escena en auditorio que se mostraba a un público que en muchos casos no conectaba con su auténtica esencia. El mismo Vicente Escudero denuncia entonces que el folklore al uso era falso: “está amañado para que llegue al público. Hoy ni se canta ni se baila puro, nadie baila serio por derecho, al contrario, se mezclan los tercios para que resulte algo agradable”.

Sería injusto olvidarse de esos artesanos que dulcificaron y transformaron el rudo instrumento, con la incorporación de las llaves que dicho sea de paso aún nadie ha podido demostrar quién fue el primero en ponerlas, si el vallisoletano Ángel Velasco o los ribereños burgaleses Esteban de Pablos, Bruno Ontoria o Victorino Arroyo, que a principios de siglo trabajaban en la frenética tarea por mejorar las posibilidades sonoras del instrumento y supuso una revolución en el mundo de la dulzaina.

Tras unos años de “crisis” y la publicación del libro “Dulzaineros y Redoblantes” las tonadas castellanas de los dulzaineros se retoman de nuevo a mediados de los setenta con algunos homenajes a Victorino Amo, Jonás Ordóñez o Crescenciano Recio. En septiembre de 1980 en el teatro de la Feria de Muestras de Valladolid se organiza el “I Festival de Dulzaineros de Castilla y León” con una conferencia sobre los orígenes de la dulzaina y la figura de Ángel Velasco a cargo de Lorenzo Sancho y donde toman parte los mejores dulzaineros de la región. A su vez en Tordesillas se celebran los certámenes del Concejo de Dulzaineros del Toro de Vega y comienzan a funcionar algunas escuelas en Laguna de Duero, Viana o Aldeamayor. Con esto llegamos a otra etapa muy interesante que nos falta por añadir a esa visión panorámica sobre la figura del dulzainero vallisoletano a lo largo de la historia, como es el momento actual de las escuelas que imparten a sus alumnos danzas o ritmos que corresponden a un contexto en el que no han nacido y por lo tanto carentes de esa perspectiva histórica.

Esta publicación que aún tenemos pendiente pretende plasmar cuanto hemos podido recopilar durante estos años sobre la figura del músico tradicional  y contribuir con ello a su reconocimiento y divulgación.

Un día de fiesta

En 2015 plasmamos parte de la información recopilada bajo el título: “Un Día de Fiesta”. Un espectáculo monográfico que presentamos en algunos pueblos de la provincia de Valladolid como: Campaspero (“Solfa y Yantar»), Aldeamayor (“Escuela Tierra de Pinares”) y Olmedo (“Asociación de Música Villa de Olmedo”). Posteriormente, para los alumnos de musicología de la Universidad de Valladolid en pequeño formato acompañados por los músicos Alfredo Ramos y Jaime Vidal.

El repertorio seleccionado mostraba en líneas generales los ritmos, melodías y danzas que sucedían a lo largo de un día festivo en cualquier pueblo de nuestra provincia un siglo atrás. Para la puesta en escena contamos con la colaboración de danzantes, bailadores y muchos dulzaineros y músicos amigos.

En los actos también se pudieron observar exposiciones de instrumentos con ejemplares de las colecciones de Lorenzo Sancho y la Fundación Joaquín Díaz, además de algunos aparejos de cuadrillas de danzantes de colecciones particulares.

Aprovechamos la ocasión para honrar la labor y trayectoria de algunas personalidades relacionadas con el mundo de la dulzaina como: José Delfín Val, los hermanos Joaquín y Luis Díaz, el etnógrafo Carlos Porro, o el virtuoso del que salieron miles de tonadas del resuello de su dulzaina, Librado Rogado.

Francisco García con Librado Rogado. Fotografía: J. Petite. (2015)
Rafael Gómez en Un Día De Fiesta. Fotografía: J. Petite. (2015)
Un Día de Fiesta en Aldeamayor y Olmedo (2015). Colección: Rafael Gómez Pastor.

Dimos comienzo esas jornadas con un audiovisual titulado “Tañidos de Tradición”, realizado Marta Gómez, donde mostramos algunas pinceladas de la temática que nos ocupaba en aquel momento. Compartimos este trabajo y queremos con ello rendir un merecido homenaje y reconocimiento hacia algunas personas que aparecen en esta proyección y que tristemente nos han dejado, cómo:  Félix Novo, Alejandro Pasalodos, Jonás Ordoñez, Ángel Rodríguez, Esperanza Manrique, Constantino Marcos, Librado Rogado o el profesor Anastasio Rojo.

Para concluir, vaya nuestro más sincero agradecimiento a todas aquellas personas, que por ser muchas no vamos a citar, que nos prestaron su ayuda desinteresada con su intervención y participación de alguna manera en dichos eventos  y que nos permitió mostrar este trabajo realizado sobre el dulzainero vallisoletano.

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