Apuntes para la historia de Villafrades: Fray Agustín Rodríguez de Villafrades (1536-1613), un misionero olvidado

Fray Agustín Rodríguez nacido en Villafrades en 1536 es hasta la fecha el primer misionero del que tenemos noticia oriundo de esta localidad. Fraile franciscano que tuvo una azarosa vida marcada por su dedicación a las misiones en Oriente. Agustín consiguió muchas recompensas espirituales y sobre todo preparó el camino a futuros misioneros villafradeños que años después ejercieron fecundo apostolado en el extremo oriente cómo Antonio Sánchez de la Rosa considerado el mejor lexicógrafo de la lengua bisaya de Filipinas; Teodoro Gordaliza, obispo de Abdera; o su primo Buenaventura Gordaliza, vicario en Formosa.

Los padres Clemente Fernández y Buenaventura Gordaliza, frente al salón de catequesis de Puqianglun en Formosa.

Pocas cosas sabemos sobre este misionero español de finales del siglo XVI que tan intensamente participó en la predicación y evangelización de los infieles de Japón. Formaba parte de un grupo de misioneros franciscanos, más conocidos por los Santos Mártires, que se habían trasladado desde Filipinas al Japón a cuyo frente estaba San Pedro Bautista. Les recibió el gran emperador Toyotomi Hideyoshi, quien aceptó la presencia de los misioneros y además de hacerles particulares agasajos y colaciones, les dió licencia para edificar Iglesias, hospitales, y escuelas.

Todo cambió con el desgraciado naufragio del San Felipe, un galeón español que con dirección a la Nueva España (México), embarrancó en la bahía de Tosa. Fray Pedro Bautista intentó salvar la mercancía del barco y ayudar a sus pasajeros, pero Hideyoshi al saber que transportaba muchas riquezas se apoderó de todo el cargamento, e influido por algunos de sus consejeros y sacerdotes budistas a los que se sumaron los jesuitas portugueses, ordenó la crucifixión de los franciscanos de Meaco (Kioto) y Osaka y los japoneses que estaban con ellos. El 2 de enero de 1597 comenzó a ejecutarse la sentencia; les cortaron una oreja, y fueron arrastrados por las calles de las principales ciudades del Japón hasta el día 5 de febrero que llegaron a Nagasaki donde fueron crucificados. Se les colocó en las cruces y cada uno de los veintiséis fue alanceado.

Calvario de los Santos Mártires

Al contrario de lo que ocurrió con sus compañeros de Meaco, fray Agustín Rodríguez, recibió orden pocos días antes del comisario San Pedro Bautista, que por su quebrantada salud fuera a curar a Nagasaki, y llama en su lugar al P. Gerónimo de Jesús. En contra de su voluntad, acata la decisión de su superior y amigo Pedro Bautista de quien recibe una carta a los pocos días en el que le da noticias de sus fieles que habían sido detenidos: “…contra nuestros cristianos está dada sentencia de muerte, y así los tienen puestos por memoria y los guardan. El primer día que nos pusieron guardas, se confesaron cristianos y toda aquella noche no dormimos sueño, confesando el hermano fray Francisco y yo”1Carta de San Pedro Bautista a fray Agustín Rodríguez escrita desde Meaco el 18 de diciembre de 1596. Archivo Ibero Americano.

Desconocemos el motivo de esta excepción con los tres franciscanos que estaban en Nagasaki que tanto atormentaba a fray Agustín. Si el delito por el que fueron sentenciados a muerte sus hermanos era la predicación del Evangelio, a ellos les debía tocar la misma pena. Fueron detenidos y puestos presos en un navío portugués que estaba anclado en el puerto desde donde veían impotentes las cruces de sus compañeros en lo alto de la colina, “…para ocurrir al auxilio espiritual de sus queridos hermanos, sin reparar en frío, hambre ni desnudez, reunidos sobre cubierta, vueltos sus ojos llenos de lágrimas hacia Nagasaki, levantados los brazos al cielo, con gemidos de inefable dolor, llamaban por su nombre a sus compañeros, encomendándolos a Dios, a la Virgen Santísima y a los Santos”2Fray Marcelo de Rivadeneyra “Historia de las islas del archipiélago y reinos de la gran China, Tartaria, Cochinchina, Malaca, Sian, Camboya y Japón”. Barcelona 1601.

FUENTES DOCUMENTALES

La ausencia de noticias sobre la figura de Agustín Rodríguez hace que para su biografía nos ciñamos a las escasas fuentes existentes que son los documentos autobiográficos de San Pedro Bautista, la mayor parte de ellos conservados en el Archivo Ibero Americano, donde da muchos detalles de los sucesos de los Santos Mártires del Japón y varias cartas enviadas por éste a fray Agustín durante su cautiverio.

Cierta información aportan distintos cronistas y hermanos descalzos cómo Eusebio Gómez Platero, predicador y escritor quien por encargo de fray Pedro Moya realizó la obra “Catálogo biográfico de los religiosos franciscanos de la Provincia de San Gregorio Magno de Filipinas”, impresa en el Real Colegio de Santo Tomás (Manila) en 1880. En ella hace una breve biografía del misionero villafradeño.

También las reseñas de Atanasio López uno de los mejores historiadores de su tiempo y gran cronista de la historia franciscana. En una de sus colaboraciones en el diario El Compostelano que titula, “Misioneros de Galicia a Filipinas y Japón”, aporta algunas notas sobre la vida del padre Agustín Rodríguez.

Muy escueto es Jacobo de Castro en su magna obra: “Arbol chronologico de la Santa Provincia de Santiago” (Salamanca, 1722).

Publicación de Marcelo de Rivadeneira en 1601

La documentación más extensa nos la proporciona el padre Marcelo Rivadeneira de quien fue compañero muchos años. También se sabe muy poco de este importante escritor y misionero palentino que coincidió con el P. Agustín en el convento de Villalón. Coincidirían de nuevo en Filipinas y Japón. En este último país estuvieron presos juntos en el navío portugués. Tras el destierro peregrinaron los dos por Cochinchina, y Sian entre otras regiones. Regresado Rivadeneira a España, mientras estaba en el convento Nuestra Señora de las Fuentes de Aguilar de Campos, le encargaron escribir una relación sobre la situación del cristianismo en Japón. El padre Marcelo reflejó en especial las persecuciones que habían vivido sus compañeros y fue nombrado procurador de la causa de beatificación de San Pedro Bautista y sus compañeros mártires. Se dirigió a Madrid y luego a Roma para dar cuenta al Rey y al Papa de cuanto había visto.

Abrazo de San Francisco y Santo Domingo. Retablo Mayor del convento de Nuestra Señora de las Fuentes (Aguilar de Campos). Fuente: Arteypatrimonio.es

En 1601 publicó “Historia de las islas del archipielago y reynos de la gran China, Tartaria, Cuchinchina, Malaca, Sian, Camboxa y Iappon, y de lo sucedido en ellos a los religiosos descalços, de la Orden del Seraphico Padre San Francisco, de la Provincia de San Gregorio de las Philippinas”.  En esta obra hace grandes elogios del P. Rodríguez de quien dice lo siguiente: “…El padre fray Agustín Rodríguez que por muerte del glorioso Martyr fray Pedro Baptista nuestro pastor y comisario quedo por nuestro prelado y comisario, era natural de Villardefrades lugar muy conocido en esta tierra de campos. Tomó el hábito en el muy célebre convento de Sant Francisco de Salamanca y siendo predicador fue electo guardia. Pero como su vocación fuese más a la vida contemplativa que a la activa, renunciando al oficio, se recogió en el muy religioso convento de S. Francisco de Villalon, adonde yo le conocí más particularmente, y vi que con su ejemplar vida, recogimiento y silencio era un dechado de verdadero religioso para profesos y novicios, acompañándolos en todos los exercicios de obediencia, mortificación, oración, y humildad. Estando pues en el convento muy religioso de Noya en el reyno de Galicia, le llamo el Señor para servirle como varón apostólico en Japón. Y como fuese de cincuenta años aprendió con mucho trabajo la lengua que era bastante para confesar, y con sus santos consejos encaminaba a muchos en el camino del cielo, y traxo muchas almas que baptizo al rebaño de las ovejas de Christo. Y por estar enfermo se baxo a curar a Nangasaqui, adonde estaba yo enfermo. Y estando allí por presidente no le faltaron ocasiones en que merecer, y sobre todo sentía el ver que dos meses después de haber salido de Miaco, habían puesto guardas a los gloriosos Martyres, pero ya que no lo fue en la cruz con ellos, fuelo en el deseo. Porque estando presos en el navío lo mostró grandísimo, quando una noche nos dixeron que el día siguiente nos habían de crucificar. Y también con una compasiva piedad y charitativo affecto, se crucificaba en el alma, con los que desde el navío vio crucificar y veía en las cruces cada día de los quarenta y dos que estuvimos a la mira. Finalmente, después de once meses de destierro volvimos juntos a nuestra provincia de Manila”.

Como se ve, Marcelo de Ribadeneira erróneamente lo da natural de Villardefrades. Lo aclara muy bien el padre Atanasio López: “Era Superior o Comisario de los cuatro misioneros el P. Fray Agustín Rodríguez, que había salido en 1592 del convento de Noya. Nació este religioso en Villafrades, cerca de Villalón, provincia de Valladolid”.

CONVENTO SANTA MARIA DE JESÚS

Si Villafrades tiene la dicha de ser patria de Agustín Rodríguez, donde nació en el año 1536, recibiendo el agua del bautismo en la iglesia de Santa María de Grijasalbas, el convento Santa María de Jesús de Villalón, de la orden franciscana, el ser la cuna espiritual de este ilustre hijo. Guiado por la devoción que en Villafrades se tenía a los frailes descalzos del convento de San Francisco de Villalón (era costumbre entonces de sus habitantes hacerse amortajar con este hábito)3El tardío comienzo de los libros de bautizados de la iglesia de Santa María de Grijasalbas nos impide conocer la fecha exacta de su nacimiento y el nombre de sus padres. Creemos pueda ser hermano de María Rodríguez que falleció el 24 de enero de 1608. También relacionados con fray Agustín pueden ser los hermanos Juan, Domingo, María y Francisca, algunos casados con la familia Beneitez, miembros de Santo Oficio de la Inquisición y gente hacendada de este pueblo. Domingo Rodríguez (+1619) se casó en 1610 con Antonia Beneitez; María Rodríguez (+1622) también casada con D. Antonio Beneitez. Todos ellos vivían en el barrio de San Pedro, en cuya iglesia se hicieron enterrar. Muy devotos de la Virgen del Rosario cuya capilla estaba en la iglesia de San Juan y fue comprada por los Beneitez quienes respetaban los actos y misas de su cofradía..

Este convento, dedicado a las enseñanzas de las artes y a la espiritualidad, fue siempre una cantera mística de esta orden franciscana y habitado de monjes ilustres de la congregación. Muchos de ellos lo eran de esta zona.

El convento estaba situado en el término comuniego de ambos pueblos, a escasos cuatro kilómetros de Villafrades, llegando a él por el camino titulado de Retores que conducía a la ermita de Nuestra Señora de Romeses y luego al citado monasterio. Sus frailes predicaban y pedían limosna por todos los pueblos de la guardianía o aldeas de los alrededores. Fue fundado por D. Rodrigo Alonso Pimentel, quien era afectísimo de esta orden, y decidió edificarlo fuera de las murallas de la villa y sirviera como lugar de su enterramiento y sepultado su cuerpo al igual que su esposa Dª María de Pacheco y D. Luis Pimentel, su hermano. En 1547 un Breve de Paulo III, a instancia de D. Antonio Alfonso Pimentel, autoriza al obispo de Palencia para que permita se trasladen los restos de los tres a la villa de Benavente.

Desde principio fue lugar y retiro de muchos santos que venían para darse mejor a la contemplación, o descansar entre las cenizas de tantos venerables religiosos que yacían en este convento, “…era temeridad entrar en la iglesia de los padres franciscanos de Villalón, sino de rodillas y los pies descalzos en reverencia de tantos como estaban allí sepultados”4Así lo cuenta un caballero de los Osorio, señores de Villacid. Fuente: FRAY JACOBO DE CASTRO. “Arbol Chronologico de la Santa Provincia de Santiago”. Salamanca 1722..

Estatua de D. Luis Pimentel procedente del convento de franciscanos de Villalón. Museo de Escultura de Valladolid.

Tuvo gran fama de santidad y de aquí salieron algunos religiosos para fundar la casa de San Gabriel Arcángel en Nueva España. Son muchos los hijos ilustres de este convento y por citar algunos que tuvieron fama y veneración en estos pueblos de Tierra de Campos; Fray Juan de Guaza que obró un milagro después de muerto, quedando sano un paralítico con solo tocar su cadáver. El fraile cantor Diego de Otazo, quien fallecido venían de todos lados a venerar su cadáver y no se le pudo dar sepultura en tres días, todos percibían la aromática y celestial fragancia que despedía su cuerpo, y apenas podían los religiosos celebrar las exequias por los clamores y lágrimas de los pueblos. Francisco de las Ánimas, quien había salido a pedir limosna a Herrín y de vuelta ya al convento se levantó una terrible tempestad con rayos y truenos que le impedía ver y orientarse, entonces se le aparecieron dos manos de sus queridas Ánimas con unas antorchas que le guiaron hasta las puertas del convento. Fray Martín de Monreal, antes de enterrarle obró un milagro en el médico de Villalón, quien teniendo un brazo enfermo y no alcanzando a curarlo su medicina, se llegó al cadáver del difunto y metió el brazo por la manga del hábito y solo con este contacto su más pronta curación. Este médico era el que le había asistido al santo cuando había estado enfermo5Fray Jacobo de Castro. “Arbol chronologico de la Santa Provincia de Santiago”. Salamanca 1722

En este convento, y con alguno de los citados, pasó Fray Agustín gran parte de su vida. Como guardián del convento, oficiaba las liturgias de las horas, guardaba a sus hermanos en sus confesiones y salía a predicar y pedir limosna en los pueblos cercanos. Los observantes de esta casa llevaban una vida, según la intención de su fundador D. Alonso Pimentel, uno de los nobles que más favorecieron la reforma franciscana de Pedro de Villacreces, apegada a la regla de San Francisco de Asís, es decir, la simplicidad, el espíritu misionero y la cercanía al pueblo.

Indulgencias concedidas a la Orden Tercera por diversos pontífices. Escritas y pintadas por un franciscano del convento de San Francisco de Villalón. Iglesia del Salvador (Herrín de Campos)

Fue profesor de novicios y así conoció a los frailes Marcelo de Rivadeneira y Luis Maldonado cuando llegaron a la edad de trece años a realizar estudios de arte y teología. Luego les aconsejaría ir al convento de San Francisco de Salamanca donde él había estado y existían buenos maestros versados en teología escolástica y expositiva, para terminar juntos de nuevo embarcándose a Filipinas.

Agustín Rodríguez, siguiendo los pasos de Diego de Villafrades6Diego de Villafrades, era natural de la localidad de su apellido y profeso de Sahagún. En 1522 es nombrado prior en el monasterio benedictino de San Salvador de Celanova; y un año después, el 5 de noviembre de 1523, elegido abad y como tal asiste al capítulo general de 1524., dejó de ser novicio y profesó en la provincia observante de Santiago. Pasó a cursar artes y teología en el de San Francisco el Real de Salamanca y fue nombrado predicador para volver al de San Francisco de Santiago donde fue guardián y catedrático en su universidad. Tras su paso por Villalpando, de nuevo vuelve a Salamanca donde igualmente fue nombrado guardián, cargo al que renunció para regresar a Villalón de donde salió para unirse a la misión cuando contaba más de cincuenta años.

Convento San Francisco de Santiago

Con las desamortizaciones vino la desaparición de este mítico convento villalonés. Según el profesor Carlos Duque, en 1852 ya había sido derribado el edificio, sus dos claustros, e iglesia y sólo permanecía en pie la capilla de San Francisco que fue comprada en 1916 por el Ayuntamiento al obispo de León por 500 pesetas siendo su derribo un medio para dar trabajo a la clase obrera7DUQUE HERRERO, Carlos. “Villalón de Campos, historia y patrimonio artístico”. Valladolid 2015.

VIAJE A FILIPINAS

Sería fray Pedro Ortíz en el año 1592 quien recorrió los conventos de Castilla intentando reclutar cincuenta frailes misioneros para las islas Filipinas y el Japón. Cómo solo pudo conseguir veintidós pasó a Galicia donde completó el resto. Formaban parte de esta gloriosa expedición, además de fray Agustín Rodríguez, San Francisco Blanco, Luis Maldonado, Marcelo de Rivadeneira, Juan Álvarez, San Martín de la Ascensión y Alonso Muñoz quienes realizaron gestas maravillosas en Japón8No hay unanimidad sobre el convento en el que estaba entonces el padre Agustín, pues algunos señalan que se encontraba en Noia y otros en Villalón, aunque puede ser que se trasladase en compañía de Pedro Ortiz en busca de misioneros gallegos y por eso las discrepancias..

Carta de Pedro Bautista a Felipe II pidiendo más franciscanos para Filipinas. Archivo Nacional de Indias.

Los cincuenta religiosos se reunieron en Sevilla donde fueron despachados en la casa de contratación el 4 de enero de 1593, y embarcaron en el puerto de Sanlúcar de Barrameda el día 15 del mismo mes. Llevaba la expedición por superior al ya mencionado fray Luis Maldonado quien había salido del monasterio de la Puebla del Deán. Llegaron a la Nueva España el 19 de agosto, deteniéndose allí algún tiempo en Méjico y en otras poblaciones donde ya tenían los franciscanos muchos conventos y colegios. Siguieron rumbo a Filipinas y arribaron al puerto de Manila a finales de mayo de 1594. Durante el largo viaje, que estuvo lleno de trabajos y peligros, fallecieron cuatro de los misioneros.

MISIONEROS Y EMBAJADORES A JAPÓN

Era entonces gobernador de las Filipinas don Luis Pérez das Mariñas quien, a ruegos de San Pedro Bautista, que le había escrito desde Japón, le envió cuatro misioneros de los más ilustres de los recién llegados y famosos por ser juristas y teólogos que brillaron en las aulas universitarias como los quería Pedro Bautista. Desde algunos sectores se le criticó a Pedro Bautista que, pudiendo haber enviado a otros frailes no tan sabios, llevase al martirio a estos prestigiosos predicadores expertos de la palabra y de los más ilustres de la orden. Los elegidos fueron Marcelo de Rivadeneira, doctísimo catedrático de la universidad de Salamanca; Agustín Rodríguez, de no menor virtud y saber, de la de Santiago; el portugués Gerónimo de Jesús, santo hijo de la provincia de Granada y Andrés de San Antonio de la provincia de Burgos.

Se les entregó un presente para el embajador Taicosama y los cuatro misioneros se embarcaron en un navío de comerciantes nipones el día 15 de Julio de 1594 desde el puerto de Cavite y salieron para Japón, donde estaba ya San Pedro Bautista con San Gonzalo y San Francisco de San Miguel. Durante el viaje tuvieron muchas tormentas y hambre, pero lo más triste fue la muerte de Andrés de San Antonio durante la travesía. Llegados a alta mar a la altura de la isla Formosa, el padre Andrés, atacado de una grave enfermedad, expiró en brazos de sus compañeros, quienes le dieron sepultura en el océano. Aprovechando que había algunos japoneses que sabían hablar español, lograron la conversión de tres infieles que se hallaban a bordo de la misma nave, quienes movidos de aquel ejemplo de resignación cristiana al ver a los tres religiosos rogando tan afectuosamente por el alma de su difunto hermano les pidieron el bautismo.

LA MUJER CRISTIANA DE FIRANDO

Después de cuarenta días de navegación, Agustín y sus compañeros, llegaron al puerto de Firando el 27 de agosto. Aquí se detuvieron algunos días en la misma posada que había estado Pedro Bautista un año antes y recibieron gran caridad y limosna de los huéspedes chinos y de los cristianos japoneses. Una señora de aquel puerto, que era cristiana, al conocer la llegada de los religiosos deseó verlos con ansias y convidarles para su espiritual consuelo “…viendo que no nos podía ver por estar casada con un gentil y no se atrever nos mandó traer algunos presentes de pescado y nos envió a pedir algunas reliquias y una cuerda de nuestro hábito porque estaba en días de parir. Después nos trajeron un vestido suyo para que le echásemos la bendición”. Así lo cuenta en sus memorias el padre Rivadeneira.

EN MEACO

Como iban con título de embajadores en cada lugar les daban fácilmente embarcación porque todo el camino desde Firando a Meaco (actual Kioto) es por agua. Llegados a ella se presentaron a S. Pedro Bautista quien los condujo a Frugimi, una ciudad que el emperador había edificado con todo lujo a pocas leguas de Meaco y donde residía.

Sabido el monarca del arribo de la nueva embajada franciscana que le mandaba el virrey de Manila, dió orden al gobernador de la ciudad de alojarlos en su casa hasta tanto que pudiera recibirlos. La embajada estaba compuesta por Agustín, Rivadeneira, Gerónimo de Jesús, San Pedro Bautista y el mártir fray Gonzalo como intérprete. Llegados a palacio hallaron según la costumbre, ricamente vestido a Taicosama y sentado sobre un alto y magnifico trono, rodeado de los miembros de su familia y de los principales sujetos de la corte. Hecha pues reverencia al emperador por los franciscanos, y habiéndole presentado los regalos de parte del gobernador de Manila expusieron el fin de su venida de esta manera: «Luis Gómez de Marinas gobernador de Manila y virrey de Luzón nos manda, con el fin de saludarte y afirmar más la paz concluida ya prósperamente entre su difunto padre y tu imperio». Y dicho esto, le fué entregada la carta, rogándole que por algún interprete fuera traducida a su lengua. Taicosama la tomó benignamente y dándola a traducir, ordenó que a los nuevos embajadores se enseñara su palacio que formaba en esa época una de las más sorprendentes maravillas del Japón, “para que lo escribiéramos en nuestra tierra”, después de lo cual, dada a los misioneros conveniente respuesta que al momento se remitió al virrey de las Filipinas, los convidó a comer en su mismo palacio sirviéndoles él mismo con mucha familiaridad y cariño que fue grandísimo favor según la costumbre de aquel reino. Finalmente, dándoles las gracias por su llegada y asegurándoles su buena voluntad de mantener la alianza con el nuevo virrey de Luzón, los despidió, mandando a San Pedro Bautista que los alojase en su convento de Meaco.

Ilustración de la villa de Meaco

Puso Pedro Bautista en conocimiento del Provincial, que para reemplazo del religioso que murió en la mar vinieran fray Martin de la Ascensión y su discípulo Francisco Blanco, poderoso auxilio, por las superiores luces de ambos religiosos, por sus grandes dotes oratorias, por su ardiente fe, y por su juventud, que les permitía resistir toda clase de trabajos y fatigas. Ninguno de los dos había cumplido los veintiocho años.

Pedro Bautista con la ayuda de estos ocho hermanos que parecían por entonces suficientes para cultivar la fe cristiana, dispuso su distribución para los conventos que la Orden Franciscana poseía entonces en el Japón. Dejó en el de Nagasaki de guardián a fray Gerónimo de Jesús, dándole de compañeros a Bartolomé Ruiz y Marcelo de Rivadeneira; para Osaka, mandó como guardián a San Martin de Aguirre, con San Francisco de la Parrilla; y en Meaco el propio Pedro Bautista con Agustín Rodríguez, San Francisco Blanco y el santo lego Gonzalo García, quien además tenía el cargo de dirigirse de vez en cuando a auxiliar a los religiosos de Osaka.

Fray Agustín y sus compañeros se pusieron manos a la obra. Pronto comenzaron a recibir el apoyo y ayuda económica tanto de personas influyentes como de gente sencilla y con ello se concluyó la iglesia Nuestra Señora de los Ángeles, la primera iglesia franciscana de Japón; y con la ayuda de un grupo de seglares entusiasmados por el ejemplo de los misioneros, construyeron los hospitales de Santa Ana y San José destinados especialmente a acoger a los leprosos, que ellos mismos curaban. Edificaron también una escuela de niños y niñas para enseñar a leer y escribir la doctrina cristiana y contrarrestar así el influjo de las pagodas budistas.

NAUFRAGIO DEL SAN FELIPE

El día 12 de julio de 1596, había salido del puerto de Cavite rumbo a Nueva España, el galeón San Felipe, mandado por el general D. Matías de Landecho, llevando a bordo algunos oficiales y soldados españoles, varios mercaderes, cuatro religiosos de San Agustín, uno de Santo Domingo y dos Franciscanos; que regresando del Japón volvían a España. El galeón, además de los pasajeros, conducía un enorme cargamento de ricas y preciosas mercaderías.  

Naufragio del galeón San Felipe

Después de haber perdido varios hombres de la tripulación y luchado con las embravecidas olas el buque encalló, casi deshecho, en la isla Tosa, a pocas leguas de Meaco. Los amigos de los bonzos, poderosamente ayudados por Yacuyn, médico y favorito del emperador, irreconciliable enemigo de los cristianos, quien fue diciendo al emperador que eran corsarios ladrones que venían a comarcar la tierra como habían hecho en otros sitios, «…señor, vientos contrarios han arrojado a este punto de Urando una nave española partida de Luzón, muy maltratada de la tempestad, pero por nuestra buena fortuna llena de inmensas riquezas y de tales preciosidades, que me han dejado sumamente admirado. Pero lo que más me aumentó mi sorpresa fué verla armada de guerra con mucha artillería, armas de todas clases, muchas municiones y otros efectos militares. Había también a bordo muchos soldados, conducidos ciertamente por su general en contra nuestra. Y esto lo prueba la presencia de siete frailes, igualmente españoles, de quienes se dice se vale su rey para subyugar los países enemigos; y en efecto ellos fueron los que conquistaron la Nueva España y el Perú. ¿Y lo qué allí ha pasado, no puede suceder también al Japón? Señor, estos frailes, so pretexto de predicar su ley, trabajan siempre contra aquellos reinos donde moran; y esta es la razón que los hace atravesar mares desconocidos sobre naves españolas. Y supuesto que las leyes del país os dan derecho de apropiaros los bienes de la dicha nave, no dejéis perder tantos y tan preciosos tesoros reunidos tal vez contra el Japón. De todos modos, os noticio, que por medio de mis guardias tengo asegurado al capitán general, a sus soldados y a todo el cargamento”. Sería el desencadenante de lo sucedido a continuación.

EL CAUTIVERIO

Ilustración de la bahía de Nagasaki

El emperador indignado con lo que le habían contado, ordenó que fueran encarcelados los franciscanos de Osaka y Meaco y sentenciados a muerte. Los tres que estaban en Nagasaki, cuando supieron la prisión de sus compañeros esperaban la misma orden del juez gentil. El 13 de enero de 1597 llegó la misma, despachó al convento de San Francisco muchos soldados y ministros de justicia, para que apresasen a los tres religiosos que lo habitaban. El padre Rodríguez fue sacado a viva fuerza de su casa con sus otros misioneros que eran, Marcelo de Rivadeneira y Bartolomé Ruiz y conducidos presos a un navío de portugueses. Agustín Rodríguez había venido desde Meaco a curar por su quebrantada salud9Agustín Rodríguez poco antes de la prisión de los franciscanos en sus conventos de Meaco y Osaka, fué mandado por el santo comisario Pedro Bautista a Nagasaki, llamando en su lugar a Meaco a Gerónimo de Jesús. Aun se hallaba este en el camino cuando oyó que sus hermanos habían sido arrestados por los soldados de Gibongio de orden de Taicosama. Continuó sin embargo su viaje a Osaka, donde habiendo llegado, recibió un recado de su amigo San Martin de la Ascensión de lo que pasaba. Juntamente con Juan el Pobre, se ocultaron en la casa de un cristiano, de donde escribió por tres ocasiones a Pedro Bautista, rogándole que le permitiese ir a Meaco, admitiéndolo como preso entre los demás religiosos. Pero todo fué en vano, porque le fué mandado mantenerse oculto en el Japón, para auxiliar del modo que pudiera a los cristianos..

Llevados presos y atados con cuerdas los condujeron a bordo de una nave portuguesa anclada en el puerto, dando orden a su capitán, de que por ningún motivo les permitiese saltar a tierra. El gobernador de Nagasaki, ordenó que los mantuviera presos hasta que hubiera oportunidad de mandarlos a Manila. De los tres, logró escapar de la nave, casi milagrosamente, Marcelo de Rivadeneira, quien se mantuvo escondido por algunos días en los bosques y cuevas fuera de Nagasaki, hasta que descubierto fue puesto de nuevo con sus compañeros, “…y fui también llevado al navío a donde estábamos los tres cuando crucificaron a los mártires. Y con humilde sentimiento y envidia santa dábamos amorosas quejas a Dios, pues habiendo sido sus compañeros en la predicación del evangelio no lo éramos en su gloriosa muerte. Consolándonos en nuestra prisión y estrechez de lugar frio, con la memoria de lo mucho que ellos parecieron y que ya que no fuimos hermanados en la cruz dábamos con la pequeña cruz que padecíamos testimonio de la fe por quien ellos murieron”.

Y allí se mantuvieron por más de sesenta días sufriendo hambre, sed, frio, desnudez, injurias e insultos de toda clase. El 2 de febrero de 1597 escribió San Pedro Bautista una carta, nombrando al P. Rodríguez Comisario de la Misión del Japón con todas las facultades y así ordenado sucesor por el mismo Pedro Bautista y nombrado comisario de todos los religiosos y en caso de morir fray Agustín, que fuese sustituido por Jerónimo de Jesús. En este cautiverio recibieron esta otra emotiva carta de Pedro Bautista: «Ahora, pues, amadísimos hermanos míos, por las entrañas de Jesucristo, no dejéis un momento de encomendarnos a su Divina Majestad, para que se digne de recibir, en descuento de nuestros muchos pecados, el sacrificio que le vamos a hacer de nuestra vida. Entre tanto, me parece bien que alguno de vosotros se mantuviera escondido con Fr. Gerónimo, para su ayuda, y además el auxilio de estos miserables cristianos. Pero para ejecutarlo se necesita mucha habilidad, porque según dicen, ya ha dado orden Taicosama al gobernador Terazava, de dar muerte al momento a cualquiera fraile que, venido de Luzón, intentara solamente acercarse a las costas del Japón. Por lo cual es indispensable tomar el traje del país, si verdaderamente tenéis ánimo de permanecer en estas tierras; sobre lo que sin embargo será bien que consultéis con fervorosas oraciones la divina voluntad, con cuyo favor solamente se os dará a conocer cuanto os convenga hacer en tan terribles circunstancias, pues ya he sabido que actualmente estáis presos en la nave de los portugueses. El hermano del gobernador Terazava, a quien mucho estimo, nos ha prometido, que llegando a Nagasachi, no dejará de auxiliarnos. Dios le pague esta buena voluntad con los premios eternos del cielo. Pero, sea de esto lo que fuere, nosotros nos encomendamos, sobre todo, a vuestras oraciones. Sí, hermanos, rogad a Dios por nosotros que dentro de pocos días seremos muertos. Grande es nuestra confianza en ellas, estando seguros de que solo en su virtud, se servirá el Señor tener finalmente piedad de nuestros pecados y nos los perdonará en pro de la sangre que dentro de poco derramaremos por su amor. Ni en el entre tanto dejaremos de hacernos agradables al cielo, donde tendremos fija la vista cuanto nos dure la vida, ayudándoos en todas las cosas, especialmente en las que se refieren a los intereses de vuestras almas. Adiós, pues, hermanos míos, amadísimos. Os recomiendo la paz, pero aún mucho más el amor a nuestro Señor Jesucristo, única esperanza y consuelo de los atribulados en esta vida. Poned en el solo vuestra confianza, y el que alimenta a los pájaros del aire y viste de purpura los lirios del campo, tendrá cuidado de vosotros, hechos a su imagen y semejanza. Os ruego, por último, que no os aflijáis por nuestra muerte, la que, al contrario, debe seros motivo de suma alegría. —De este camino para Nagasachi. —Fr. Pedro Bautista.»

Cuando ocurrió el martirio de sus santos compañeros, Fr. Agustín Rodríguez preso aún en el navío de Nagasaki, los días 13 y 14 de marzo de 1597 escribió dos cartas. En la primera a Fr. Juan de Garrovillas, superior en Manila, le refiere algunas circunstancias del martirio.

EL CALVARIO DE LOS SANTOS MÁRTIRES

El ocho de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, hallándose Pedro Bautista y sus compañeros franciscanos en su pequeño convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Meaco, meditando en unión de otros muchos cristianos, cuando repentinamente oyeron gran rumor de gente armada. Desde luego comprendió Pedro Bautista lo que era y cual el motivo de su venida, y dirigiéndose a sus compañeros, les dijo: «…Hermanos, ha llegado el momento en que debemos mostrarnos fuertes y constantes en los padecimientos que nos han preparado los enemigos de Dios”.  

Quedaron presos en su propio convento hasta la tarde del día 30 de diciembre, y en la hora de vísperas cuando estaban cantando en el coro, se acercaron grandes turbas de esbirros entre alegres gritos de los bonzos, y gemidos y lamentos de todos los cristianos de la ciudad. Rodearon el convento de Santa María de los Ángeles, al que entraron violentamente. Al punto comprendieron los santos aprisionados acercarse la hora del sacrificio; por lo que, concluido el rezo de las vísperas, levantando los ojos al cielo y unidas las manos, dieron gracias a Dios. San Pedro Bautista, tomando en la mano un Crucifijo, levantándolo en alto y puesto en medio del altar dirigió enseguida unas cortas oraciones y entonó en voz alta un TeDeum, respondiendo en coro todos los religiosos; quienes, entregándose por último en las manos de los verdugos, fueron estrechamente atados con cordeles y cadenas.

Según le relata Pedro Bautista en una carta que escribió a Fray Agustín Rodríguez y sus dos compañeros cautivos tres días antes de la crucifixión, fueron apaleados y trasladados del convento a la cárcel pública, donde también trajeron a los de Osaka, y de allí conducidos a la plaza de Meaco, donde en presencia de gran multitud del pueblo les fue cortada por los verdugos parte de la oreja izquierda. Sacaron a todos con carretas de bueyes, y pasearon por las calles de Meaco, Fushimi, Osaka y Sakai. Aquí fue donde el santo comisario Pedro Bautista, casi moribundo por las penas padecidas, sin poder olvidar a sus compañero de fatigas que se hallaban custodiados por tropa en la nave en el puerto de Nagasaki, les dirigió la mencionada carta, la última que escribió durante el viaje al lugar de su martirio, que finaliza de la siguiente manera: “…Adiós, hermanos míos, recibid también las memorias y la última despedida de parte de mis compañeros, que os abrazan en espíritu y conservaos buenos”10Carta de San Pedro Bautista escrita tres días antes de su muerte dirigida a los religiosos presos en el puerto de Nagasaki. 2 de febrero de 1597.

Era muy penoso ver a los frailes padecer grandísimo purgatorio. Era pleno invierno, llevaban los pies hinchados y poca ropa. En todas partes, fueron conducidos por las calles públicas, burlados siempre de los infieles bonzos que se intercalaban con los soldados, pero acompañados también del llanto de los cristianos que rodeaban a los mártires gritando contra la barbarie de Taicosama, y de una y otra parte del camino que debían seguir, arrojaban arena, lo que entre los japoneses era señal de grande honor.

De esta manera fueron llevados a Nagasaki donde en una loma que estaba a la vista del puerto donde estaban sus compañeros presos y cerca de la casa y hospital de los Lázaros que dichos religiosos fundaron en Nagasaki para acoger a los enfermos de lepra, fueron todos crucificados, los religiosos en medio y los demás a los lados. En cruces altas con argollas de hierro a las gargantas y a las manos y pies; con lanzas de hierro (largos y agudos) atravesados por los costados de abajo para arriba cruzados.

Compañeros de Fray Agustín Rodríguez crucificados en Nagasaki el día 5 de febrero de 1597. San Pedro Bautista, San Felipe de Jesús, San Martín de la Ascensión, San Francisco Blanco y San Francisco de San Miguel.

Mientras tanto, tras llegar Fazamburo a Nagasaki, y al sospechar que Fr. Juan el Pobre quisiese ser crucificado también, dio orden de que fuese trasladado con premura al navío donde se hallaban todavía arrestados los otros tres franciscanos, Bartolomé Ruiz, Marcelo de Ribadeneira y Agustín Rodríguez, a quienes Taicosama había dejado la vida y conserva presos dentro de una nave rodeada de numerosos soldados, quienes contemplaban la escena de sus amados hermanos; y casi les parece ver aquellos infortunados, los pies descalzos, desgarradas las ropas, macilentos los semblantes, oprimidos de penas, agotados de fuerzas, medio muertos de frio, pedir y suplicar a los soldados, que dejándolos un momento libres, les permitan dirigirse hasta el lugar del suplicio.

Antes de ser crucificado San Pedro Bautista, a quien en espíritu parecía verlos en tan suplicante actitud, conmovido en su alma, se puso de rodillas y levantadas las manos a lo alto, entre el llanto de innumerables cristianos y aun la conmoción de los gentiles y soldados de la guardia, dirigió a Dios la siguiente oración por los presos de la nao: «¡Oh Señor del Universo! Tú, que nos llamas al convite de los ángeles, no olvides a nuestros amados hermanos. ¡Oh Dios Eterno! Tú llamaste bienaventurados a los que sufren persecución por tu nombre; dígnate ser el consuelo de esos desdichados, infundiendo en su corazón un poco de bálsamo, para aliviarles algo de las infinitas penas y trabajos que sufren por la causa de la cruz. ¡Oh Señor, que criando carne humana en las inmaculadas entrañas de la pura doncella de Nazaret, quisiste morir por el bien de tus criaturas, bendícelos desde lo alto de los cielos! No consientas, ¡o Hijo de María! que nuestros hermanos, como ovejas dispersas caigan en las garras de rapaces lobos. Sí, nosotros, que somos amados, si aceptas con agrado esta sangre, que dentro de poco derramaremos hasta la última gota por el aumento de tu fé, escucha, gran Dios nuestro humilde ruego.» A estas últimas palabras de Pedro Bautista, siguió un deshecho llanto de multitud de los cristianos, y luego el santo comisario volviéndose á dos portugueses allí presentes, Ies hizo este ruego: «Dirigíos al mar, y anunciad a mis hijos, que yo los bendigo con toda mi alma en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» En seguida, señalando el cielo, dijo: «Consoladlos de parte de todos nosotros, y decidles, que allá los esperamos.» Ultimamente alargándoles el breviario, añadió: «Dadlo a Fr. Marcelo, y rogadle a mi nombre que lo reciba como la postrimer memoria de su padre.» Serían como las diez de la mañana del día 5 de febrero.

Monumento a los veintiséis mártires de Nagasaki en la colina Nishizaka donde fueron crucificados

Cuando los veintiséis gloriosos mártires se encontraban suspendidos de las cruces, inmensa era la multitud que rodeaba aquel santo calvario. Todos lloraban, aun los gentiles, movidos en aquel acto de profunda compasión, ante el asombro de los japoneses que sabiendo que los cuervos pronto atacaban los ojos y cuerpos muertos no tocaban ni uno solo de los crucificados mártires.

Santa reliquia con la cabeza de San Pedro Bautista (San Esteban del Valle)

Aunque fueron custodiados muchos días por los soldados japoneses fueron quitados a pedazos, especialmente los religiosos, sus vestiduras rasgadas e incluso sangre como reliquias de los cristianos que allí había que con mucha veneración se repartieron.  Los frailes que escaparon a la ejecución, sin embargo, fracasaron en su intento de enviar los cuerpos a Filipinas, según Agustín Rodríguez, la Compañía de Jesús se lo impidió11LORENZO PÉREZ. “Carta del P. Agustín Rodríguez a Agustín de Tordesillas, Nagasaki, 14 de marzo de 1597” Archivo Ibero Americano, nº15 p. 196-197., sólo consiguió recuperar fray Agustín parte de los cráneos de San Pedro Bautista y San Francisco Blanco y algunas reliquias del resto cuando estuvo poco después y trajeron a España Marcelo Rivadeneira y Juan Pobre12En el convento de Salamanca, dentro de una caja estaban las reliquias siguientes: Parte de la espalda de San Francisco Blanco; un pie entero menos un dedo y el calcañar de San Pedro Bautista; la espalda de San Francisco de la Parrilla; otro hueso del cuello de Sn Pedro Bautista y madera de las cruces en que murieron éste y San Francisco Blanco; un hueso del Santo Gonzalo García y un pedazo de hábito con que murió y otro de la soga con que fue atado a la cruz rociado en su sangre; un pedazo de la cruz y de la carne del Santo Fray Martín de la Ascensión; el pellejo del Santo fray Felipe de las Casas; hueso y canilla de la pierna del Santo Tomás Kozaki Japón; una toalla con sangre de los Santos Mártires; cabeza del médico apóstol San Francisco (mártir japonés llamado Lucas) que murió con los sobre dichos Santos Mártires. Todas estas entregadas a Marcelo Rivadeneira. En el convento de San Francisco de Zamora la cabeza de San Francisco Blanco; y en el de las Concepcionistas Franciscanas de Toro, la mano, cabeza y crucifijo de San Pedro Bautista que le fueron entregadas a Juan Pobre quien las llevó a su pueblo natal y luego donaron estas religiosas al pueblo natal del santo, San Esteban del Valle..

LIBERADOS Y REGRESO A MANILA

Decretado el destierro y expulsión de los religiosos, el 30 de marzo el capitán del galeón San Felipe, D. Matías Landecho, con bastante trabajo se embarcó en el puerto de Cochinotzú, en una pequeña nave extranjera, y se hizo a la vela en unión de los referidos religiosos, tomando tierra después de muchos peligros en Macan. Allí al poco llegó Gerónimo de Jesús reuniéndose a sus cuatro compañeros y algunos días después se pusieron de nuevo en viaje para Manila donde desembarcaron el 15 de abril.

La conmoción en Manila de la llegada es imposible de describir al repentino e inesperado arribo del capitán D. Matías Landecho, junto a Agustín Rodríguez y sus compañeros franciscanos en medio de una inmensa multitud de pueblos venidos de todas partes. Dieron la noticia del naufragio y decomiso de la nave San Francisco y del martirio que habían presenciado de sus hermanos que desde el mar vieron morir uno a uno sin consuelo de poderlos abrazar y besar la tierra empapada de su sangre, entre el dolor de todos los habitantes de la ciudad y mucho más de los de Luzón13FRAY AGUSTÍN DE OSINO. “Veintiséis Mártires Japoneses”. México 1871.En Manila Agustín fue predicador conventual hasta 1602 en que de nuevo vuelve a Japón.

Iglesia del convento de San Francisco del Monte, hoy santuario de San Pedro Bautista.

DE NUEVO MISIONERO EN JAPÓN

Fallecido Hideyoshi en el otoño de 1598, le sucedió Daifusama quien, siendo embajador en Filipinas Pedro de Acuña, le pide restablecer las relaciones comerciales y la ayuda de los españoles en los campos de la minería y de la construcción de navíos. Para ello se nombran, como otras veces se había hecho antes, por embajadores a los frailes franciscanos y se designa Gerónimo de Jesús.

Se permitieron de nuevo a los misioneros entrar en Japón y se les dio licencia para hacer cristianos e iglesias y sin perder tiempo el intrépido Agustín, ansioso de volver a Japón y con más de sesenta años, se embarcó en un navío japones que había venido a Manila con harinas y tenía que volver a Nagasaki. Llevó consigo otros ocho misioneros y un fraile lego para que fuese a Meaco y estuviese en compañía de Gerónimo de Jesús. En esta segunda etapa Fr. Agustín Rodríguez fue Comisario de la misión, recorrió descalzo todo el dicho reino, levantando en todas partes iglesias y fundando varios conventos y hospitales convirtiendo millares de idolatras y obrando muchos y estupendos prodigios. El virrey Pedro de Acuña había enviado al emperador japonés Daifusama una carta para que “…se les acoja y no sean agraviados que se les haga favor y buen trato que son muy siervos de Dios y gente humilde y piadosos a quien acá estimamos en mucho por su buena vida y del mucho provecho que hacen en las repúblicas”14Archivo General de Indias. 1 de junio de 1602.

MUERTE EN MANILA

Después del regreso de su segunda etapa en Japón, permaneció en Manila donde es elegido Custodio de la provincia de San Gregorio en 1604 para votar en Capítulo general. En 1605 salió para España posiblemente para ir a su pueblo y visitar a sus familiares y despedirse de su querida patrona la Virgen de Grijasalbas, pero desconocemos porqué arribó de nuevo a Manila a los cuatro meses.

Nombrado Comisario Visitador en 1607, presidió el Capítulo en 24 de mayo del 1608 y en 1610 fue hecho Guardián de San Francisco del Monte que había sido fundado por San Pedro Bautista en 1590 continuando la predicación entre los indios filipinos. En sus últimos años, después de un glorioso y largo apostolado, se retiró a Manila y falleció en 1613 a los setenta y siete años, muriendo con fama de santo, en el convento de San Francisco. Según el padre Eusebio Gómez Platero en su Catálogo biográfico de los religiosos franciscanos, había tenido revelaciones del día de su muerte “…dejando claros indicios de haberle sido revelado el día de su muerte”. Después de su fallecimiento experimentaron gran dolor aquellos ciudadanos, honrando su memoria que por considerable tiempo conservaron en sus corazones. Intérprete héroe del evangelio quien después de su regreso del Japón, permaneció en Manila donde consumó la gloriosa carrera de sus fatigas en beneficio de la iglesia y de los prójimos.

A la derecha convento de San Francisco de Manila antes de su destrucción por los americanos. Aquí murió fray Agustín Rodríguez en 1613

Hasta aquí la historia de este ilustre personaje villafradeño, compañero de los gloriosos mártires que después de haber sufrido cuanto puede padecer un hombre, murió en honor de santidad fuera de su tierra.

Para finalizar otra nota de su compañero fray Marcelo de Rivadeneira, entonces guardián del convento de Nuestra Señora de las Fuentes de Aguilar de Campos, quien preguntado por Antonio Trejo comisario general de las Indias para que dijese la verdad si los frailes de las provincias observantes de España de San Francisco eran tan buenos, dice sin tapujos que los observantes de su orden valen por dos de los descalzos porque en la observancia se profesan más letras y entre los hermanos que cita como ejemplo está su amigo: “Fray Agustín Rodríguez, predicador de la provincia de Santiago donde habiendo sido guardián se fue cuando yo a las Filipinas y juntos pasamos al Japón y en penitencia y observancia regular y deseo de la salvación de aquellas almas nadie le llevó ventajas y para fin de convertirlas siendo de más de cincuenta años aprendía la lengua japonesa como niño y como muchas veces le vi se la enseñarían los niños y cuando fuimos desterrados de Japón y volvimos a Filipinas le eligieron guardián de San Francisco del Monte que es casa aun entre los descalzos recoletos y después volvió por comisario a Japón que fue señal de grande espíritu y virtud y de la buena reputación en que era tenido”.

Nota.-

Conviene no confundir a este personaje con fray Agustín Rodríguez, un lego franciscano que cumplía su misión religiosa en las minas mexicanas de Santa Bárbara y el valle de San Bartolomé. Organizó una expedición a la Nueva España, en compañía de Francisco Sánchez “Chamuscado” autorizada por el virrey Marqués de la Coruña, que se llevó a cabo entre 1581-1582. El propósito principal de la empresa era llevar el evangelio a trescientas cincuenta leguas más al norte, tierras no exploradas anteriormente, y expandir los dominios de la corona de Castilla. Partió Agustín Rodríguez desde las minas de Santa Bárbara (Chihuahua) el 6 de junio de 1581, en compañía de los hermanos franciscanos, Francisco López, y Juan de Santa María, el primero sevillano y el segundo catalán. Marchaban con ellos, a modo de protección, varios soldados capitaneados por Francisco Sánchez “Chamuscado” así llamado por sus barbas pelirrojas, llevando a Hernán Gallegos como secretario y escribano, encargado de documentar el viaje a través de una crónica. La exploración siguió por el río Conchos hasta su desembocadura en el río Grande, visitando multitud de pueblos apaches, conociendo sus costumbres y en ocasiones, teniendo que luchar contra ellos. Fueron matados por los indios apaches en el pueblo de Santa María de Gorretas. Esta sencilla expedición que se conoce en la historia por el descubrimiento de “Chamuscado-Rodríguez”, que acabó con la vida de sus principales capitanes, fue el principio del conocimiento del actual Estado de Nuevo México y muy válida para las siguientes expediciones de Antonio Espejo o Juan de Oñate, para descubrir el resto del territorio mejicano.  De fray Agustín Rodríguez se desconoce su lugar de nacimiento y poco también de su biografía, pero se sabe que era de natural inquieto y sacrificado en su misión evangelizadora. ¿Tendrían alguna relación?

Bibliografía.-

FRAY MARCELO DE RIVADENEYRA. “Historia de las islas del archipiélago y reinos de la gran China, Tartaria, Cochinchina, Malaca, Sian, Camboya y Japón”. Barcelona 1601.
FRAY AGUSTÍN DE OSIMO. “Historia de los veintiséis mártires japoneses”. Escrita por la circunstancia de su solemne canonización. M. Torner y Comp. Mexico 1871.
FELIPE ROBLES DEGALO. “Vida y martirio de San Pedro Bautista”. Madrid 1927
EUSEBIO GOMEZ PLATERO. “Catálogo de los religiosos franciscanos”. Manila 1880
FRAY JACOBO DE CASTRO. “Arbol chronologico de la Santa Provincia de Santiago”. Salamanca 1722
FRAY ATANASIO LÓPEZ. O. F. M. Compostela. “Misioneros de Galicia a Filipinas y Japón”. Diario El Compostelano, 3 de noviembre de 1938.

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