La cuadrilla que forma esta danza exclusiva de hombres suele estar compuesta por jóvenes entre 15 y 18 años (hace años los danzantes eran los quintos del pueblo que iban a ingresar en filas ese mismo año, de ahí su fiesta en San Antón) y formada por ocho danzantes, cuatro guías con sus panzas y un chivorra o «birria» que suele ser por lo general el mayor del grupo y quien lleva la autoridad y el liderazgo del mismo.
El chivorra
La palabra chivorra o macho cabrío se puede asociar con la de chivón o cargante y la de birria o botarga como se denomina a un personaje ridículo vestido con ropaje de colores que se usa en las mojigangas o representaciones teatrales. Muchas son las citas y asociaciones que se le dan a este personaje en los textos antiguos, así Ramón Menéndez Pidal, en su libro sobre los juglares medievales las asocia con una clase de actores callejeros disfrazados fea y grotescamente y que divertían al público con sus actuaciones. Julio Caro Baroja, recogiéndolo a su vez del diccionario del doctor Francisco del Rosal dice: «son figuras ridículas de enmascarados que acostumbran ir detrás de las fiestas, procesiones o mascaradas para detener y espantar la canalla enfadosa de muchachos que en semejantes fiestas inquietan y enfadan. También el folklorista Cesar Morán dice que en la provincia de León en los días de carnaval los chicos y mozos de los seis a los veinte años eligen un «Zafarrón», que es el que manda sobre ellos y va vestido con pieles y la cara tapada con piel de cabrito, y similares personajes podemos encontrar en los desaparecidos botargas de Navidad de las vecinas localidades de Villarramiel y Meneses.
Al margen de todo lo anterior la figura del chivorra que nos ha llegado es muy distinta a ésta, a excepción de algunas prendas y atributos de su uniforme como la tralla y el zurrón. El chivorra es una figura considerada como de autoridad y respeto por el grupo de danzantes y el mismo verso que dedica a la Virgen tiene un carácter más bien religioso que profano diferenciándose de otras localidades en las que se dan estas danzas donde éste tienen un carácter burlesco. Su atuendo sí se asemeja al de los chivorras o birrias de siglos pasados o de otras localidades.
El birria es el que dirige la danza en todo momento y procura que los danzantes vayan bien coordinados y alineados y portando ligeramente a las gentes pare que éstos puedan ejecutar los lazos sin agobios. Lleva el ritmo durante el recorrido y lo dosifica para evitar desfallecimientos o agotamiento en el grupo de danzantes, de los cuales también es un constante animador.
Ejerce una suma influencia y autoridad sobre el grupo de danzantes durante los tres días de fiesta, llegando al extremo de hacer confesar y comulgar a todos ellos, siendo el primero en entrar y salir de cualquier acto.
Aunque los músicos suelen tener un conocimiento de todo el repertorio, él suele ser la persona que les dirige e informa del momento y lugar en el que tienen que tocar cada melodía.
Durante la procesión el momento más emotivo y que causa mayor expectación es el verso que éste dedica a la Virgen evocando el sentir popular.
Los danzantes
En la cultura antigua, a los danzantes hipotéticamente se les solía asociar como representantes de ocho ángeles o símbolos del bien que realizan con la consideración del chivorra o parte de la danza asociada con el mal.
Son ocho y están a las órdenes del chivorra. Los guías (extremos del grupo), generalmente los más expertos y veteranos son los que dirigen los movimientos de sus compañeros, los panzas, durante los lazos y pasacalles.
Hay un refrán típico que hace alusión a los mismos: «Guía con guía, panza con panza y en el medio se hace la danza».
Sujetos todos ellos a unas establecidas normas de estricto cumplimiento (ya no existen) y que servían para regular el funcionamiento y seriedad de esta danza, centrándose estas en dos conceptos básicos; depósitos y sanciones:
- Depósitos o avales eran unas cantidades de dinero en metálico que debían adelantar los danzantes como compromiso en el momento mismo en que quedaba formada la danza y que solamente podían ser devueltos en casos excepcionales de renuncia justificada, como por ejemplo el hecho grave del fallecimiento de algún familiar. En el resto de los casos el sujeto que renunciaba a danzar perdía la cantidad depositada.
- Sanciones o multas en metálico por infracciones durante el desarrollo de la danza. Equivocar la venia con una figura de salto llamado zapateta o entrar en la iglesia con las castañuelas hacia abajo son algunas de las infracciones recogidas en este apartado. Pero lo más penalizado y grave se consideraba a la pérdida de un palo durante un lazo, o golpear a otro danzante durante éste (hecho frecuente en danzantes zurdos). Mención especial merecen las tardanzas o «esquinazos» que se daban cuando algunos danzantes llegaban tarde a una cita del grupo y acudía otro danzante en su búsqueda, teniendo el rezagado que soportar una multa de acuerdo al número de esquinas que su compañero había superado hasta su encuentro.