por Jorge Santiago Pardo

La historia de Villafrades de Campos es una historia que ni está hecha ni está por hacerse, sino, más justamente, haciéndose. En la estela de Velay, Amparo París y Rafael Gómez Pastor han dado a la estampa hace bien poco, el año pasado, una segunda, valiosísima obra sobre el Villafrades tradicional, sobre el Villafrades que hace aproximadamente un milenio arranca en Ecclesias Albas y hoy se resiste a morir.
Así que la de Villafrades es una historia de cuño reciente, y por tanto, cabe añadir, de curso legal. Es una historia abierta hacia delante, pero sobre todo ancha hacia atrás, y es aquí, a este remoto pasado, adonde quiero llevarles. Al Villafrades antes de Villafrades, a las gentes sin nombre que habitaron este solar de poco más de dos mil hectáreas desde la Edad de Bronce hasta los tiempos visigodos. Serán tres estampas fugaces, discontinuas en el tiempo y en el espacio, como intermitente fue, con toda probabilidad, la colonización de la Tierra de Campos hasta que, poco antes del año 900, asturleoneses y mozárabes -los unos desde el norte, desde el sur los otros- empezaran a derramarse por las desiertas vegas del Cea, del Valderaduey y del Sequillo.

Las huellas más gastadas remiten a la Edad de Bronce
Villafrades antes de Villafrades. Los datos, en forma de minúsculos trozos de cacharros de barro, se deben a la prospección arqueológica realizada por María Molina Mínguez, de la Universidad de Valladolid, en octubre de 1996. Entre aquel otoño y el siguiente esta arqueóloga, tras consultar catastros, mapas, libros y legajos, guiándose bien por su intuición, bien por las indicaciones de las gentes del lugar, rastreó, en el tramo del Sequillo comprendido entre Herrín y Villanueva de San Mancio, las huellas dejadas por el paso o el asentamiento de antiguas gentes. ¿Quiénes fueron las primeras?
Nuevas investigaciones, podrán venir a enriquecer la perspectiva que actualmente estamos en condiciones de ofrecer, y ello no sería raro cuando en Villafrades las prospecciones realizadas han cubierto únicamente un 10% de sus 20,65km2. Pero hoy por hoy puede asegurarse que la primera colonización del valle se debe a gentes de la Edad de Bronce, a pequeñas comunidades de agricultores y ganaderos cuyas aldeas o campamentos, circuidos por una empalizada, agruparían no más de una docena de chozas de materiales perecederos y un sinnúmero de fosas que cumplían las más variadas funciones, de granero o despensa a tumba, pasando por la de basurero.
A falta de excavaciones, los yacimientos del Sequillo atribuibles a este momento nos resultan conocidos a través de su alfarería, modelada a mano y vistosamente decorada con abigarrados motivos geométricos. Estamos en el segundo milenio antes de Cristo, y estas gentes ocupan emplazamientos ribereños, como Las Valonas en Villafrades, Las Quintanas en Villabaruz, Las Vegas en Gatón, Alduenza en Tamariz, de nuevo Las Quintanas en Herrín o San Claudio y San Martín en Villanueva de San Mancio.
Antepasados de los vacceos, primer pueblo que salió del anonimato de la Prehistoria.
En la primera Edad del Hierro, en la que se entra hacia el año 800 antes de Cristo, el campo de Villafrades se puebla, por primera vez en su historia, de una manera sistemática y duradera. Poblados con sólidas cabañas de tapial, como el de Los Tejares, en el camino de Villafrades a Herrín, coronan los tesos y las lomas más visibles de la Tierra de Campos, repartiéndose no ya el suelo más ferzas , sino todo el disponible.
De ello puede dar fe la densidad de su malla de población, algo superior a la actual: en el territorio antes descrito y que hoy ocupan seis pueblos -los de Herrín, Villafrades , Gatón , Villanaruz, Tamariz y Villanueva de San Mancio -se registran hasta elmomento nueve de estas aldeas que posible germen del pueblo vacceo, merecen el título de protohistóricas. «Protohistoria» es un término que etimológicamente significa «primera Historia» y que, en rigor, debiera aplicarse a aquellos pueblos que -bien porque aparecene mencionados en noticias literarias ajenas a su acervo cultural, bien porque han franqueado la frontera de la escritura- comienzan a emerger de la oscuridad de los tiempos prehistóricos, aunque para su conocimiento sigan siendo determinantes las fuentes arqueológicas.
Los restos proto-vacceos descubiertos en Los Tejares se esparcen hoy por una extensión próxima a las 7ha, y muy parecida es la superficie que ocupan sus contemporáneos: el casco urbano de Herrín, Las Herrenes y El Torrejón en Gatón, Las Quintanas en Villabaruz, Hoyos, Alduenza y Botella en Tamariz , y San Claudio en Villanueva de San Mancio.

El mito de los Campos Góticos
Estos que alguna vez se conocieron con el nombre de Campos Góticos no acogen, paradójicamente, ningún resto atribuible de forma directa al pueblo germánico de los visigodos, cuyo principal contingente se estableció en torno al Sistema Central, en las actuales provincias de Ávila, Segovia, Madrid y Toledo. La Tierra de Campos, no obstante, no se halla en estos momentos del todo despoblada, como sí sucede con toda probabilidad, poco tiempo después, cuando las aceifas musulmanas siembren el terror entre los agotados núcleos de poblamiento herencia del Bajo Imperio Romano.
Estos núcleos perduran entre los siglos V y VII de nuestra Era, y curiosamente, en todos los municipios de los que hablamos son conocidos bajo el significativo nombre de Las Quintanas. No en vano «quintanas» es la palabra que, entre los repobladores cristianos que vuelven doscientos años después a estas tierras, sirve para designar, junto con otros términos igualemente expresivos -Palazuelos, Casares o Villares-, los restos de la antigua población que, aún visibles, serán cantera y principal referente de la nueva red de poblamiento.
Campos góticos sin vestigios góticos. Campos a secas. Campos yermos en los que como último brillo de la grandeza imperial romana, afloran solo despojos: quintanas.
Bucear en el pasado, rastrear los orígenes, preguntarse por lo que sucedió cuando todavía no habíamos nacido…, es distracción que sigue ejerciendo poderoso influjo en nosotros. De mil maneras, porque la Historia, chispa del roce humano, salta a la menor, en las cosas menudas de cada día. Lo mismo podrá hallarse en la placidez de alguien que otea las montañas de las que un día, mucho tiempo atrás, vinimos a poblar esta Tierra de Campos, que en la redonda sencillez de la pregunta con la que una voz curiosa se sobrepone al oloroso silencio de la panera: «Madre, dime: el abuelo, ¿cómo era?».
Villafrades de Campos: poesía e historia. La Cagalita, agosto de 2000.
Publicado en El Trijón (2000). Jorge Santiago Pardo. Arqueólogo.