Las canciones populares del maestro Manzanares

Foto de portada: Ruiz Manzanares en 1922 (Colección Filadelfo). Fundación Joaquín Díaz

Aunque D. Narciso Alonso Cortés, desde las páginas del Norte de Castilla, alentaba a los castellanos a no silenciar el esfuerzo de Manzanares en pro del folklore castellano, tal recomendación fue poco considerada. Hoy en día, sigue existiendo un gran desconocimiento en torno a las Canciones Populares, recogidas y armonizadas por Jacinto R. Manzanares a principios del siglo XX, cuya obra ha sido relegada a un injusto olvido.

Durante esos años Manzanares hizo excursiones por pueblos del alfoz, Tierra de Campos y la Ribera del Duero vallisoletano a la caza de cantares tradicionales, a veces acompañado de su gran amigo Alonso Cortés. “…Hay el perjuicio erróneo de que en esta tierra no hay canciones como en otras comarcas; pero este perjuicio es hora ya que desaparezca”. Así se manifiesta el propio autor al iniciar la tarea de búsqueda.

Años después el padre Enrique Villalba pretendió poner en marcha un concurso de canciones regionales de la provincia de Valladolid, organizado desde la obra social de Educación y Descanso, y aseguró que: “Aquí en Valladolid no se ha hecho hasta la fecha gran cosa salvo en este sentido, solamente ha trabajado algo, no mucho, el malogrado maestro Manzanares”.

A pesar de todo, si Manzanares hubiera permanecido en la ciudad algunos años más y dispuesto de más tiempo, habría conseguido un mayor número de cantos, ya que debido a la absorbente dedicación de las funciones que desempeñó en distintas actividades con sus alumnos se añade la programación de conferencias musicales y los conciertos que le restaban muchas horas a lo largo del día.

Notas biográficas

Jacinto Ruiz Manzanares, “el mago del piano”, como le etiquetó el medinense Juan López Casares, nació el 23 de marzo de 1872 en Corella un pueblecito del partido judicial de Tudela (Navarra)1Todos los biógrafos de Manzanares le dan cómo riojano y puede ser debido que durante un tiempo Corella fue desgajada de Navarra y agregada a la provincia de Logroño.. Su vocación por la música le llevó a Madrid donde se inició en los fundamentos del solfeo, piano y sus primeras composiciones. En el conservatorio recibió clases de los maestros Dámaso Zabalza, Juan Cantó y Emilio Arrieta.

Tras finalizar brillantemente sus estudios con dieciocho años, se estableció en Valladolid en 1890, donde pasó más de treinta y cinco dedicados a la docencia, la composición y como concertista, bien de forma solista con su piano, o en compañía de distintos artistas, especialmente con el violinista Julián Jiménez y esporádicamente en colaboración con algún cuarteto. Ha sido considerado por algunos eruditos, la máxima autoridad musical vallisoletana de esa época. Durante esos años trabajó denodadamente por divulgar la música en nuestra ciudad, e instruyó a niños vallisoletanos que luego llegarían a ser virtuosos músicos.

Julián Jiménez

En 1922 consiguió plaza como profesor en el Conservatorio de Música de Valencia, y se despidió de los vallisoletanos en una entrevista en el Norte de Castilla: “…Que durillo se me hace dejarles a ustedes, pero es lógico. Voy a Valencia a desempeñar las cátedras de composición y nociones de armonía, con un bonito sueldo y horas disponibles para hacer cosas”.

El excelente compositor y pianista falleció durante la contienda de la Guerra Civil en esta ciudad del Turia el 15 de noviembre de 1937.

Etapa vallisoletana

Manzanares, recién doctorado en Madrid, llegó a Valladolid cuando la ciudad goza de un ambiente musical de primer nivel nunca antes conocido. Manzanares se estableció en la calle Miguel Íscar donde inauguró una Academia para dar clases de piano y solfeo. En 1891 ya figuraba al frente de la Escuela de Música del Círculo Mercantil de la Cámara de Comercio, cuyo presidente Fernando Santarén solicitó sus servicios como profesor de música, solfeo y piano, y obtuvo su primer reconocimiento por unanimidad con la concesión del premio de piano y armonía por el Real Conservatorio de Madrid.

Anuncio del comienzo de su academia. En Norte de Castilla, 6 de noviembre de 1890.

Ese mismo año debutó en el teatro Calderón con una Tarantela, del pianista y compositor ruso Antón Rubinstein y el editor musical Carlos Saco del Valle publicó unas obras, dedicadas a las mozas vallisoletanas, entre las que figura una polka compuesta por Manzanares.

El joven músico se desarrolló paulatinamente en nuestra ciudad y sus intervenciones en conciertos eran más frecuentes en los diferentes teatros, pero especialmente en las actividades musicales del Ateneo. En 1894 estrenó sus primeras composiciones para zarzuela en el Lope de Vega, con la obra Cabo de Gata del poeta vallisoletano Adolfo Torre Fuentes, que contenía tres números de bailables (una mazurca, un vals y unos couplets) que fueron primorosamente tocados por la numerosa orquesta de músicos del teatro Calderón, dirigidos por Tiburcio Aparicio, y resultó muy elogiada. Luego vendrían otras obras del mismo género como El canal de Villamora revista política estrenada en el Zorrilla o La alegría del abuelo original de los maestros Jáckson Veyán y Flores González, a la que musicó Manzanares en 1910.

Este periodo fue trascendental en su formación, pues entró en contacto con grandes músicos e ilustres personajes vallisoletanos como Vicente Gay, Narciso Alonso Cortés, Ángel María Álvarez Taladriz, Antonio Royo Villanova, Luis Villalba, Tiburcio Aparicio, Vicente Goicoechea, Emilio Ferrari, Facundo de la Viña, Juan Agapito Revilla, Francisco Cossío, Ricardo Allué y un largo etcétera.

Practicó todos los ejercicios de oposición para la plaza de profesor especial de música y canto en la Escuela Normal Central de Maestros y fue calificado por el Tribunal con el número uno durante el mes de marzo del año 1900.

En 1902 Le Figaro de París organizó un concurso musical para premiar la mejor obra de piano y canto, al que acudieron 647 compositores de todos los países, cuyo jurado estaba compuesto por los maestros Saint Saës, Faure y Diemer. El joven Manzanares obtuvo una alta distinción con su obra “Romanza sin palabras”, de la que se hizo eco la prensa nacional. Era frecuente su presencia en este tipo de concursos, aunque no resultase ganador, como sucedió en 1904 cuando acudió al Conservatorio de Madrid para premiar un allegro de concierto que ganó Granados con cierta polémica. Antes había opositado, también sin éxito, a la cátedra de solfeo vacante, junto a Federico Olmeda en 1903.

Formó parte, junto a maestros de capilla, organistas y cantores de la catedral, de la junta gestora y miembro del comité musical del I Congreso de Musicología Sagrada de 1907, impulsada por el insigne arzobispo, después cardenal, José María de Cos en aplicación del Motu Propio. En este congreso participaron grandes maestros, entre otros: Gerardo Salvany, Federico Olmeda, Francisco Pérez de Viñaspré, Mariano Baixaulí, y sus amigos Goicoechea y Otaño como motores, con charlas y conciertos en la catedral y la iglesia de Santiago. Este gran acontecimiento de música sacra había surgido tras una reunión celebrada en 1905 en el palacio arzobispal, que reunió además del prelado de la diócesis, a Vicente Goicoechea, Manzanares, el padre Otaño y el párroco de la Magdalena con el objeto de constituir la junta Diocesana del Canto Sacro.

Como experto y buen conocedor de esa música religiosa, en 1907 formó parte de una comisión que se nombró para verificar la calidad de la restauración hecha en el órgano de la iglesia de Santiago; e igualmente, también en la inauguración del órgano de la iglesia del Salvador en 1918 donde ofreció un concierto sacro en el que interpretó obras de Grieg, Fauré y un “ofertorio” de su cosecha. Un año después sería el de la iglesia de San Miguel, donde interpretó obras de distintos autores en compañía José Trueba.

Las reuniones de amigos músicos en el colegio de San José que organizaba el padre Otaño, llegaron a ser un verdadero cónclave de músicos de primer nivel. El P. Otaño llegó a Valladolid para hacer las prácticas del magisterio y curarse de unos problemas de salud que le aquejaban. Estas tertulias musicales que el padre jesuita organizaba, donde la improvisación era la protagonista, reunían a los maestros Goicoechea, Arregui, Facundo la Viña, Manzanares, Marcelino Villalba, y en alguna ocasión a José Aparicio, y Aurelio González. Se tocaba tanto lo religioso como lo profano y analizaban las obras que cada uno componía. En sus años de estancia en Valladolid, Manzanares, participó intensamente en estas veladas musicales y otras particulares que se organizaban de forma espontánea en distintos domicilios de personas entusiastas de la música cómo don Cipriano Lorente que las organizaba en su rebotica de la Plaza Mayor.

Se involucró con las masas corales de Valladolid, con la intención, como decía, “…que se proclame muy alto que Castilla con sus voces exteriorizan la espiritualidad de ella reflejando en sus cantos su idiosincrasia, su alma, sus costumbres y la delicadeza o rudeza de su temperamento…”. En 1904 la Rondalla del Orfeón Pinciano, dirigido por ilustre músico D. Ricardo Jancke, incorporó algunas obras de Manzanares a su repertorio como: “Así quiero verte” (1904) y “La salve de la huérfana” (1905). Años más tarde, en 1934, lo hará también la Coral Vallisoletana con “La enhorabuena” y “Mozuca en la romería” en el Teatro Pradera junto a unas danzas castellanas del maestro García Blanco. En 1928 en un magnífico concierto para festejar a la patrona Santa Cecilia, la Coral Vallisoletana ofreció un concierto en el Calderón, entonces propiedad de Federico Santander, con obras de Manzanares y se terminó con unas jotas castellanas de García Blanco.

Junta organizadora del I Congreso de Musicología Sagrada de 1907 en Valladolid. Foto: Músicos de Valladolid J. B. Varela de Vega
Orfeón Pinciano. Fundación Joaquín Díaz.

En el concurso de cuartetos para piano e instrumentos de cuerda abierto por la Sociedad Filarmónica Madrileña fue considerado como digno de recomendación el trabajo de Manzanares señalado con el lema “Santa Cecilia, 22 de Noviembre”. Esta obra fue ejecutada con éxito en el teatro de la Comedia por el notable Cuarteto Frances formado por los grandes músicos Julio Francés, Conrado del Campo, Odón González y Luis Villa. La crítica madrileña se deshizo en elogios hacia el joven y casi desconocido maestro alabando su virtuosismo con el piano: “No ha hecho ninguna zarzuelilla popular; su musa no ha tenido la fortuna de que el organillo callejero la recoja y la popularice. Trabaja en serio. Hace cinco años se presentó con un cuarteto de forma irreprochable, severa y clásica. El público le aplaudió mucho y la crítica saludó en él a un maestro de sólida cultura, de mucho talento y legítimo porvenir. Manzanares es uno de esos artistas de indudable valía, que trabajan a la sombra, y de vez en cuando nos demuestran que tenemos en España inspirados músicos y directores de primer orden”.

Cuarteto Francés. Foto: Fundación Juan March.

Igual calificación obtuvo del Conservatorio Nacional de Música y Declamación en el concurso que dicho centro celebró para premiar un allegro para concierto de piano.
En 1918 se le otorgó un nuevo premio en París y otro en el concurso musical de Les afiches tourangelies de Tours donde ganó el premio tercero por una composición para canto y piano dedicada al dios Baco.

Durante los actos que se celebraron por el primer centenario de Zorrilla, en 1917 musicó el poema “La canción del prisionero” (Triste canta el prisionero), que había dedicado a su amigo el barítono y profesor de canto del Conservatorio de Madrid, Ignacio Tabuyo, e interpretó el tenor Daniel García durante la velada en la Academia de Bellas Artes. De esta amistad con Tabuyo se beneficiaron algunos de sus alumnos como la tiple Anita Hernández a la que recomiendó su educación artística cuando esta se trasladó a Madrid quien admirado de las estupendas facultades de la discípula de Manzanares puso todo su empeño en la tarea de formación y la hizo debutar pronto en el teatro Real.

El Ateneo de Valladolid

El Ateneo científico y literario vallisoletano que fue fundado en 1872 en la casa de Cervantes, desarrolló una extraordinaria labor cultural y contribuyó decisivamente a la divulgación de las ciencias y el saber de la ciudad, pero realmente cuando adquiere una mayor importancia será tras su refundación en 1909 cuando un ramillete de jóvenes, entre los que destaca Ruiz Manzanares, toman las riendas, bajo el amparo del ministro Santiago Alba, que marcará la etapa más brillante de la institución. Sus iniciadores, apenas vencidas las primeras dificultades, y al llamamiento hecho en nombre de las artes y la cultura son alentados con verdadero entusiasmo por los vallisoletanos y las listas de nuevos socios pronto superan el centenar, volviendo a ser la síntesis del movimiento intelectual de la ciudad y el instrumento difusor de su cultura.

El 27 de febrero de 1909 se celebra la inauguración de la renovada sociedad con una velada que congregó a gran número de ateneístas, literatos, hombres de la ciencia y de estudio, amantes de la cultura y del arte que llenaban a rebosar los salones del Círculo Mercantil. Después de los discursos de Vicente Gay, su presidente, Álvarez Taladriz, y el poeta San Román, siguió un concierto de Manzanares, quien demostró ser ya un artista de altos vuelos, ejecutando al piano un “Estudio” de Chopín y el estreno de “Impromptu”, obra de su inspiración que el maestro daba por primera vez al público y con la que se había presentado al famoso concurso de la revista parisina “Musica” obteniendo buen número de votos para el primer premio, entre las enviadas por 115 compositores de todas las naciones. Luego acompañó con su piano algunas Romanzas del violinista Aparicio Tablares.

Casa de Cervantes y Ateneo de Valladolid. A.M.V.

En el salón del Ateneo se organizaban veladas literarias y musicales con conciertos, operas, zarzuelas, y homenajes en honor a personajes cómo: Cristóbal Colón, Santa Teresa, Cervantes, Gabriel y Galán, Gerardo Diego, o los grandes compositores como Albéniz o el maestro Bretón. Aquí da a conocer y muestra sus mejores obras de reciente creación. En 1910 en una velada celebrada en honor de Beethoven interpreta “Patética” y “Claro de Luna”. En 1911, “Andaluza”, “Día de asueto”, “Oriental” y “Scherzo” y su discípulo Ignacio Gabilondo “Sonata en FA sostenido” de su maestro. En octubre en otra velada del ateneo interpreta “Romanza sin palabras” junto con otros temas propios. En 1918 ofrece un concierto triunfal, todo con obra suya: “Sonata en MI menor”, “Horas elegíacas”, “Dolor”, “Lucha interior”, “Oración”, “Romanza”, “Andaluza”, “Humoradas”, “Impromptu” y “Oriental”.

El interés del maestro por el canto popular, vendría precisamente de la mano del movimiento castellanista que se alentaba desde el Ateneo. Despertó grandes expectativas en 1916 la anunciada fiesta de la copla castellana dedicada a las canciones populares de Castilla. Se celebró en el Ateneo y solo para sus socios y los del Círculo Mercantil. Disertaron sobre las coplas de nuestra tierra los señores Alonso Cortés y Ricardo Allué. Algunos jóvenes vallisoletanos interpretaron las canciones tomadas del cancionero de Damaso Ledesma (Tres aradas, La Charrascosa, La Clara, Ribereña, Para apañar la aceituna, Para cortar la aceituna y Canción de siega) y otras de las ya recogidas por Jacinto Manzanares (Canciones de ronda, Canciones de cuna, Pastor que estás enseñado, Jotilla, Si tuviéramos aceite, La Tortolita, Josefa y su hermano, El Ermitaño, y Aunque me des veinte duros).

El 8 de abril de 1920 el rey Alfonso XIII inauguró la remozada sede del Ateneo. Narciso Alonso Cortés presidente de la entidad hizo honores y pronunció un elocuente discurso al que siguió otro de Federico Santander, alcalde de la ciudad y secretario de la asociación, cerrando el acto Manzanares quien interpretó al piano “La Pastorela” de Scarlatti, un vals de Chopin y “Pensamientos”, una composición suya. El rey, muy emocionado, felicitó al artista por su prodigiosa técnica.

Uno de los últimos eventos organizados por Manzanares, en nuestra ciudad, se dará en abril de 1922 con una fiesta castellanista y de hermandad, salmantina-vallisoletana, organizada como homenaje a Gabriel y Galán con cantos charros y danzas de rueda castellanas al son de la dulzaina y tamboril que bailaron una docena de parejas.

En julio de 1922 el Ateneo le tributa un homenaje de despedida, correspondiendo el maestro quien interpretó varias piezas suyas. Su marcha a Valencia fue un mazazo para la continuidad de la música popular en las actividades de la asociación cultural, aunque en marzo de 1923 su amigo Aurelio González disertará sobre la música castellana alentando a seguir la estela de Manzanares, defendiendo el género lirico regional castellano, a lo que siguió una parte práctica con cantos de las provincias de León, Santander, Burgos, Palencia, Salamanca y Valladolid por los tenores Ángel Peinador y Daniel García acompañados por el gran pianista y musicólogo. Tuvo continuidad esto el 20 de mayo cuando el Ateneo celebra en Villalar el primer festejo popular en honor de los Comuneros descubriendo una lápida conmemorativa en la escuela y la fiesta posterior animada con cantos populares, jotas y danzas castellanas.

La Real Academia y la Escuela de Música

Según el historiador Ventura Pérez, la Real Academia de Matemáticas de la Purísima Concepción fue fundada en 1779 en la sala de la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Piedad. Dotada de estatutos por Carlos III en 1783, amplia a la Arquitectura, Pintura y Escultura formando jóvenes que aspiraban a tener una profesión de las citadas artes. Muy importante fue el salvaguardar los pasos de la Semana Santa de grandes escultores como Gregorio Fernández, Juan de Juni, o Pompeo Leoni con peligro de ser espoliados o destruidos.

Desde 1905 se trabaja sobre la idea de fundar en Valladolid una escuela de música, que más tarde diera paso a un conservatorio. “…a la gente de esta tierra le gusta mucho la música; para que esta afición se desarrolle, el Conservatorio de música será impulso decisivo”, reclama Carlos Saco del Valle, quien aprovecha para dar la enhorabuena a su amigo Manzanares por su cuarteto para piano y cuerda que interpretó el grupeto de Julio Francés en el teatro Zorrilla.

El 6 de febrero de 1911, con el mecenazgo de Santiago Alba, se crea la sección de Música, y poco después, el 15 de enero de 1912, Manzanares es nombrado, junto a los músicos Vicente Goicoechea y Cipriano Llorente académico numerario. Ese mismo año, desde la Real Academia, se organiza una Exposición Regional de Bellas Artes dedicada a las secciones de pintura, escultura, fotografía y el arte antiguo que fue apoyada por todos los Ayuntamientos y Diputaciones de la región. El lugar elegido fue la hospedería del Colegio de Santa Cruz y la clausura se celebró en el salón de actos del Ayuntamiento con música del maestro Manzanares, el violinista Julián Jiménez, el Orfeón Pinciano y la Banda de Isabel II que interpretaron el Himno a Castilla, obra del maestro Mateo, director de dicha banda. En 1915 ya era vicepresidente de la misma.

Mesa presidencial de la Exposición de 1912. Manzanares segundo por la derecha. Foto F. Santos Peña. A.M.V.

Aunque ya se impartían clases musicales en la Academia bastantes años antes (desde 1911 se habían redactado unas bases para las materias de solfeo, piano, violín y armonía, siendo gratuita la enseñanza de solfeo durante el primer año de alumnado), hasta octubre de 1918 no se funda la Escuela de Música, también impulsada por D. Santiago Alba quien desde el ministerio otorga una subvención que permite su creación. Ubicada en el Palacio de Santa Cruz, su primer director será Jacinto R. Manzanares, quien había redactado, junto a Martínez Cabezas, unas nuevas reglas el 19 de julio de 1918 y desarrollará una valiosísima labor pedagógica al frente de la misma y sentará las bases de lo que será el germen del futuro Conservatorio.

Fundación de la Escuela de Música. Real Academia de Bellas Artes Purísima Concepción de Valladolid. Libro de Actas de la Sección de Música.

El equipo docente de la Escuela incluía a profesores de reconocida fama entre los que estaban Eugenio Fernández, José Aparicio, Aurelio González, Félix Antonio González, Josefa García Silva, Sebastián Garrote, Juan Martínez Cabezas, etc.

Palacio de Santa Cruz, primera sede de la escuela de música

Solo cuatro años pudo estar al frente de ella, pues en sesión del 20 de julio de 1922 presenta la dimisión del cargo por haber sido nombrado profesor del Conservatorio de Música de Valencia. El presidente, Francisco Zorrilla expresó “…el sentimiento vivísimo que le producía tal dimisión felicitándole al propio tiempo por tal nombramiento y dedicando elogios tan calurosos como merecidos a la labor por él realizada en la Escuela en la que deja un vacío difícil de llenar”. Elogios a los que se adhirieron los directivos Emilio Sergio, Ricardo Allué y Damián Ortíz de Urbina. Manzanares, después de agradecer los halagos de que había sido objeto y de manifestar el sentimiento que le causaba tener que abandonar la Escuela, propuso para sustituirle al Maestro de Capilla de la catedral D. Julián García Blanco.

Sensibles también eran siempre las bajas de cualquier académico, pero especialmente lo fue la marcha del ilustre músico, pues fue un activísimo miembro de la Junta de Gobierno y de las veladas culturales que se daban en el ateneo, muchas de ellas a propuesta de él mismo y donde hacia participar y dar a conocer a sus alumnos más destacados cómo Ignacio Gabilondo, Magdalena Marina o Margarita Torres. A estas dos últimas las hizo debutar aún niñas en el salón de la Unión Musical Española durante una exposición de pintura que recoge D. Fernando De´Lapi en la revista Ritmo en 1917:  “El maestro Manzanares presentó a una de sus más notables discípulas, la niña Magdalena Marina, que ejecutó de modo preciso, irreprochable, dos tiempos de la “Sonata op.90” de Beethoven, la “Novaleta Cuarta” de Schumann y los valses chopianos 9 y 11….Sutilmente, con un raro primor, la señorita Margarita Torres interpretó en el arpa unas páginas de Zabel. Y Jacinto Manzanares, el justo pianista y sabio compositor que todos conocen, brindó al auditorio varios momentos de su obra”.

Le sustituyó como académico D. Pedro Aizpurúa quien cierra su intervención de toma de posesión con elogiosas palabras hacia Manzanares y en su honor invitó a los asistentes a escuchar una pieza para piano y voz tomada de sus Canciones Castellanas, titulada “Bacanal”, que había dedicado a su amigo Narciso Alonso Cortés.

La docencia

Por su academia de la calle Miguel Íscar, desfilaron generaciones de alumnos a los que fue inculcando su amor por la música popular a la vez que la enseñanza de la teoría y rudimentos de la música culta. Fue profesor de un buen ramillete de extraordinarios músicos y entre ellos algunos folkloristas, como, Gonzalo Castrillo, Maestro de Capilla de la Catedral de Palencia, con quien mantuvo una estrecha relación y en 1924, estando en Valencia, le llama para formar parte del jurado calificador del concurso de bandas en la capital palentina. Gonzalo Castrillo trabajó mucho por el folklore castellano y el canto popular palentino y había acudido al maestro para recibir lecciones de armonía y composición.

El padre Nemesio Otaño es otro de esos alumnos que son el mejor elogio para su profesor. En 1903 llegó a Valladolid destinado como profesor del colegio San José permaneciendo cuatro años y recibiendo lecciones de Manzanares que le dieron una sólida formación musical. Pianista y compositor, realizó trabajos de investigación de las canciones populares que publicó con el título “El canto popular montañés”, en 1915. En 1940 fue nombrado catedrático de folklore y director del Real Conservatorio de Madrid, y también presidente de la Orquesta Filarmónica de Madrid y miembro de la Junta Nacional de Música, además de director de la revista musical “Ritmo”. Pero lo que más fama ha dado a Otaño serán las composiciones de canciones religiosas populares.

Tres de sus alumnos ilustres. Gonzalo Castrillo (1875-1957), Nemesio Otaño (1880-1956), e Ignacio Gabilondo (1890-1927)

Otro de sus alumnos ilustres fue Marcelino Villalba quien desde muy joven es celosamente educado por su hermano Luis, uno de los más profundos conocedores de la música antigua española. Luis decidió que fuese el maestro Manzanares la persona que cimentase sólidamente la cultura artística y completase la formación de su hermano. Después de pasar por la Universidad Pontificia de Valladolid, con tan solo 22 años, toma posesión como Maestro de Capilla de la catedral de Salamanca en 1913 donde se hace íntimo amigo del organista Dámaso Ledesma. Juntos acuden, en 1923, al concurso de canciones populares hispano-portuguesas y americanas organizado por la sección de Música del mismo Liceo de América, Marcelino envió un trabajo de su colección de canciones con el tema “Era el himno del aldeano” y Dámaso otro titulado “Encantos de Iberia”, con los que obtuvieron el segundo y primer premio respectivamente por unanimidad del jurado. Las obras premiadas, se dieron a conocer en un concierto en Madrid que presidió el Maestro Bretón de los Herreros.

Marcelino Villalba, quien, a pesar de morir muy joven, fue un músico productivo; organista, compositor y, en unión de su hermana Remedios, director de los coros de distintas parroquias de Valladolid. Siguió los pasos iniciados por su maestro, y al igual que sus hermanos, cultivó todos los géneros musicales. Fue un fecundo compositor de zarzuelas, y autor de un buen repertorio de jotas castellanas como: “Baile de niños”, “Alegre el pueblo”, “Brujas y Viejas “; algún Fox-trot como “Tachuelas”, una buena serie de Mazurcas. Posiblemente su mejor tema sea el titulado “Los Danzadores” que por su estructura asemeja a un ritmo de charrada típica de las que sin duda vio bailar a esos bailadores charros, mezclado con su correspondiente danza paloteada. Igualmente, merecen ser citadas “Tonadas mías” para violín y piano, “Tres cuentos de Bartolo”, de su gran colección de valses: “Se oscurece el sol”, “Mis lágrimas”, “El atardecer”, etc. También se prodiga en temas religiosos de salves, letanías, ofertorios, marchas fúnebres y muchos himnos compuestos con dedicatoria a algunas de las comunidades de religiosas de SalamancaDedica una obra a Leandro Mendivil en 1919 y “De orilla a orilla (soplo de mar)” en 1918 como homenaje a Albéniz.

Félix Antonio González, violinista ilustre y compositor. También aficionado a la literatura musical pues durante muchos años fue crítico en El Norte de Castilla. Quiso el azar que una de sus composiciones cayese en manos de Manzanares: “Yo dediqué a una señorita vallisoletana un minué, composición que cayó en manos de D. Jacinto Ruiz Manzanares, y que motivó que sintiera deseos de conocerme personalmente, ya que dicha pieza era digna de su atención….Aprendí armonía con el ilustre maestro….Tengo para D. Jacinto todo mi respeto y cariño y, aunque hoy día estemos separados algún tanto en cuanto concierne a la parte artística, no por ello he de olvidar la protección que me dispensó guiando mis primeros pasos en cuanto a dicho aspecto musical se refiere”2 (El Norte de Castilla 6 enero de 1933). Félix Antonio González, a quien presentó en primera audición en el Teatro Español de Madrid con una suite para orquesta titulada “Figuras de barro”, realizó una magnífica labor pedagógica y llevó a efecto una interesante búsqueda y depuración de canciones populares castellanas, pero estos trabajos meritísimos no trascendieron al público. De Manzanares había recibido clases de armonía, contrapunto y fuga, y en su ingreso como académico, en sustitución de D. Eugenio María Vela el 12 de mayo de 1934, las primeras palabras de su discurso fueron hacia su maestro “…Mucho me hubiera holgado en suceder a un músico militante, a un Goicoechea, o a mi querido y admirado maestro, Manzanares…”.

Pero quizás su discípulo más aventajado fuese el malogrado Ignacio Gabilondo, quien se inició de la mano de Manzanares, para pasar luego a completar sus estudios en Madrid y París, sobresaliendo siempre. Sólo cuando estuvo formado por completo, su maestro accedió a presentarle al público en 1914 y darían comienzo los primeros éxitos de este que llegaría a ser un excelente pianista que también daba clases en su estudio en el Pasaje de Gutiérrez. Su fallecimiento a los 37 años, cuando su talento y arte le deparaban un porvenir de triunfos truncó su prometedora trayectoria.

La pianista Carmen Coloma fue una de sus primeras alumnas quien también apuntaba muy alto en el mundo de la música a finales del XIX, llevaba en su repertorio las más difíciles y escogidas obras de Mendelshon, Weber, Chopin, Herz, y otros clásicos. Destacaron sus oposiciones en el Conservatorio Nacional de música de Madrid en 1896.

Canciones populares

Manzanares fue autor de música de mucha calidad, pero también fue un cultivador eminente del poco explorado tesoro de las canciones castellanas, principalmente de la provincia vallisoletana. Mantenía la teoría de que España era uno de los países donde más abundaban las canciones y bailes populares, y sin embargo muy pocas regiones son las que habían recogido sus ricas melodías, que, inventadas por el pueblo, eran las que mejor reflejaban su sentir. Por ello dedicó parte de su tiempo al estudio del folklore musical español del repertorio y ritmos populares de la música tradicional

Hizo caso omiso a la tan manoseada frase de Castilla no canta y se lanzó a recorrer sus pueblos y consiguió recoger una buena cantidad de melodías con las que formó una riquísima colección que una vez editada se agotó en poco tiempo. Algunas manifestaciones en los diarios de la prensa local de principios del siglo pasado hablan muy bien de las inquietudes del maestro respecto a los cantos regionales que consideraba eran el alma de los pueblos: “la provincia de Valladolid no es menos rica en género de música y así lo atestigua mi amigo Narciso Alonso Cortes, cuando al recoger él sus cantares y romances que ascienden a varios millares, vio con sorpresa y alegría que todos se los dictaban cantados, porque era la mejor manera que para recordarlos tenían aquellos labriegos” 3(El Norte de Castilla 1/8/1920).

También en ese interesante artículo confiesa las dificultades de la tarea por la falta de medios y el poco apoyo institucional, cuando la radio y el gramófono estaban tocando las bellísimas canciones de los pueblos de otras regiones: “…Es verdaderamente penoso el lanzarse por esos pueblos de Dios en busca de esas personas que recuerden las canciones de la tierra, la gráfica musical es muy lenta; por esta causa se hace necesario repetir varias veces cada cantar; la persona que canta quiere esmerarse más cada vez que se la manda repetir, y se corre el riesgo de que la canción resulte al fin y al cabo desfigurada, o por lo menos algo modificada (…) En algunas provincias son las Diputaciones las que subvencionan a algún músico para que lleve a cabo esta ingrata, pero patriótica labor; más o menos es ese el medio más seguro, como he dicho, para que la canción llegue al pentagrama con la mayor fidelidad. Para este caso puede y debe aprovecharse el maravilloso invento del gramófono; raro es el pueblo donde no ha llegado ya una de estas máquinas parlantes que no se las debe dedicar tan solo para servirse de ellas como si fuesen alacenas de música en conserva. Sus poseedores pueden elevar la misión del gramófono recogiendo cada uno en su pueblo o comarca (a ser posible de las personas de mayor edad) las canciones de la tierra que mejor recuerden y remitírselas a algún músico para que las traslade al pentagrama. Entonces sí que con toda comodidad y repitiéndolas cuantas veces sea necesario, se puede tener la casi seguridad de que el cantar se transcribe tal como ha salido de la boca del pueblo. De esa manera, y en poco tiempo, podríamos tener formada la colección de cantares de la provincia de Valladolid, que a juzgar por los datos que ya se tienen sería una de las más numerosas y sin grandes molestias ni gastos, porque con ayuda del gramófono puede ser obra de todos”.

En marzo de 1916 por sugerencia de Manzanares la Academia, desde la sección de música, había convocado un concurso, con un premio de 250 pesetas, para premiar una colección de cien canciones populares, tanto religiosas como profanas, de las provincias de Valladolid, Palencia y Zamora y, a pesar de ser tan pequeña, no se presentó ningún concursante. Era evidente la decadencia de la música del pueblo castellano. Por entonces decía el padre Otaño que “…España fue grande en todo, y en todo decayó; esta decadencia es en la música donde más se ha hecho sentir. Hemos olvidado nuestras propias tradiciones y una de ellas es esta, decisiva y trascendental; no amamos nuestra música porque no la conocemos…”.

El Financiero Hispano-Americano, 1911.

Aunque las ventajas que estas colecciones reportan al compositor son muy grandes; tanto para la música dramática como para la sinfónica, y a pesar de la poca acogida, Manzanares sigue trabajando en los cantos bailes y tonadas de nuestra tierra en base a la idea de Rusia, que en menos de un siglo e inspirándose en sus cantos populares había conseguido formar su escuela y el célebre “grupo de los cinco” (Glinka, Mousorgsky, Borodin, Rimsky Korsacoff y Glazunoff) quienes supieron imponer al mundo la música nacional.

Infundiendo un amor por la tradición musical popular, recoge tonadas de labios de campesinos para trasladarlas integras a la escena o al concierto y con la armonización e instrumentación más adecuadas que su inspiración le sugiere, muestra canciones de cuna, briosos cantos de ronda y acarreo, o piezas bailables como jotas, ruedas, etc. pauta de lo rico que es nuestro folklore.

De estas recopilaciones publica varias canciones con el título, “También Castilla canta” en tres cuadernillos de 10 tonadas castellanas, cada uno, armonizadas por él en forma pianística. Lo hace con la Unión Musical Española (antes Casa Detesio) y todas dedicadas a personas amigas con rasgos comunes y amantes del acervo cultural, nuestras costumbres y nuestro folklore.

TOMO PRIMERO (dedicado a su amigo Ricardo Allué en 1925)
I       Canción de cuna
II      Canción de cuna
III     Ronda
IV     La alegría del querer
V      Jotilla
VI     Eres como el sol de hermosa
VII    Aunque me des veinte duros
VIII   Si tuviéramos aceite
IX     Tonada del carro
X      Canto de romería

TOMO SEGUNDO (dedicado al amigo y discípulo M. Gonzalo Castrillo en 1932)
I         Bacanal
II        Bacanal
III.      Vámonos a León
IV       La ví llorando
V        Arre bué
VI       Ronda
VII      Si te casaras conmigo
VIII     La Tortolita
IX       Josefa y su hermano
X        Tú mi prima

TOMO TERCERO (dedicado a Narciso Alonso Cortés en 1932)
I        ¿Por qué lloras morenita?
II       Eres como la nieve
III      Sal a bailar, madama
IV     Baile de rueda castellano
V       Tonada
VI       Canción de la montaña palentina
VII      La rueda de la fortuna
VIII     Canción del partido de Cervera
IX       Mozuca en la romería
X        Epitalamio

Desgraciadamente el catálogo de sus publicaciones que nos ha llegado es mínimo con muchas de sus obras que se encuentran desaparecidas debido a su traslado apresurado a Valencia y fallecimiento después durante el conflicto de la Guerra Civil. Algunas de sus obras formaron parte del archivo de Folklore de la Sección Femenina, aportadas por el maestro Rafael Benedito.

Otras obras suyas relacionadas también con el folklore son:
“Cuentos de color rosa” 1916
“Canción del prisionero” (poesía de Zorrilla) en 1911 y dedicada a Ignacio Tabuyo
“Así quiero verte” (canción española) 1905
“Eres cómo la rosa” (canción castellana de Tierra de Campos) trabajos de campo en la provincia de Valladolid

En 1921 publica un interesante artículo en la prensa titulado las “canciones populares castellanas”, y en 1926 asiste a un acto en el Teatro Victoria de Madrid con un lleno a rebosar de la exaltación de la canción castellana titulado “Castilla Canta” interviniendo en la fiesta el director de la Academia don Ramón Menéndez Pidal, el musicógrafo Eduardo Torner, los poetas Enrique de Mesa y Eduardo Marquina y la masa Coral de Madrid. Se cantaron canciones de Jacinto Manzanares y del que fue su continuador en Valladolid, D. Julián García Blanco.

Su vinculación llegó a ser tal con este tipo de música que en los ejercicios escolares con los alumnos de solfeo y piano proponía la interpretación de piezas como “Canto de pescadores” de Galicia, “Girardilla y danza del pandero” de Asturias, ambas de Benedito y el “Canto de romería” una canción popular castellana de su cosecha difundiendo así el canto popular patrio.

El musicólogo y compositor madrileño Adolfo Salazar en la música contemporánea en España en 1930 señala que “Manzanares ha escrito numerosas canciones de estilo popular, más o menos directamente inspiradas en el canto castellano y ha armonizado otras que provienen directamente de ese origen”.

Un polémico concurso de dulzaina

Gran disgusto le causó al maestro el II Concurso de Dulzainas programado dentro de la “La Fiesta de la Flor”, en las Ferias de San Mateo en 1921. Jacinto Manzanares era asiduo componente en los jurados de cualquier evento melódico, pues era considerado la suprema autoridad musical de la ciudad en aquella época. Había formado parte del jurado en el concurso de orfeones y presidió el de Bandas en Gijón en 1906. En nuestra ciudad fue juez en las oposiciones de música en Valladolid celebradas en 1908 y componente del jurado del concurso de bandas, junto a Tomás Mateo y Facundo de la Viña, en años anteriores, y también del primero de dulzainas de 1920, impulsados por el alcalde D. Federico Santander, un enamorado del folklore castellano y la música popular.

Se preveía tendría una enorme acogida porque se celebraba en el templete de la Plaza Mayor, y acudían los segundos espadas de los prestigiosos dulzaineros Esteban de Pablos y Ángel Velasco, que por entonces habían dejado la actividad musical y cuando aparecen sus discípulos aventajados Modesto Herrera y Agapito Marazuela. El dulzainero debía de apuntarse con su correspondiente caja y se les proporcionaba la partitura de la pieza obligada que habían de ejecutar.

Llegado el día, la concurrencia en torno al templete era enorme, pues había verdadera expectación por conocer la labor de éstos y de los otros dulzaineros notables de la región, que figuraban entre los concursantes. El jurado clasificador estaba constituido por el primer teniente alcalde y presidente de la comisión de festejos Mariano Sánchez, y los compositores Jacinto R. Manzanares, Aurelio González, Tomás Mateo y Ubaldo Fernández. Toda una garantía.

El día 21 de septiembre se celebró el concurso, siendo pieza obligada La Tierruca que era un potpurrí de aires montañeses del maestro Santamaría. La concurrencia en la plaza y en la acera de San Francisco era verdaderamente extraordinaria, contribuyendo a ello además del festejo la circunstancia de haberse programado un tradicional “paseo” en el Boulevard de Ferrari por los participantes como preámbulo.

La pieza obligada por el jurado tuvo una buena interpretación por parte de todos los aspirantes, cosechando nutridas ovaciones del público. Igualmente fueron muy del agrado de la concurrencia las obras de libre elección de los aspirantes que los participantes se habían encargado de afianzar, entre las que figuraban: “Brisas españolas”, interpretada por Juan Ovejero “Calines” de Guzmán (Burgos); “Selección de varios cuplés”, por Modesto Herrera; “Fantasía del niño judío”, por Marazuela y “Una polka de dobles picados” del maestro de Peñaflor, Florentín Rodríguez.

El veredicto, que por unanimidad del jurado dio como vencedor a Modesto Herrera,  resultaría muy polémico pues Agapito Marazuela, quien fue acompañado a la caja por Hermenegildo Lerma, un excelente dulzainero y redoblante de Valoria la Buena, acusó al jurado de partidista “…fue una de las ovaciones más fuertes que yo he recibido en Valladolid, porque habría unas 30 o 35.000 personas en la Plaza Mayor y me dieron el segundo premio, pero realmente el público y demás me dieron el primero, y a mi maestro que lo estaba presenciando se lo tuvieron que llevar a casa porque se ponía como un loco…” (testimonio del propio Marazuela en una entrevista de Joaquín Díaz).

Igualmente hay otro testimonio, en este caso de Aureliano Muñoz “Polilo”, sobre este concurso que presenció su padre: “Modesto Herrera tenía influencias en el tribunal…y toda la gente aplaudiendo y pidiendo el premio para el chico de los lentes… y luego Marazuela escribió un artículo en un periódico contra el jurado, los apostaba mil duros ante un tribunal superior y retó al vencedor, Modesto Herrera, a una repetición del concurso con las mismas obras y otras tres de mayores dificultades, y no se dieron por aludidos”.

Fuente: A.M.V. Composición propia.

Etapa valenciana

El maestro quería mejorar y opositó varias veces al Real Conservatorio de Música de Madrid, aunque en ninguna de ellas tuvo éxito, pero Valencia también era una plaza muy apetecida musicalmente, y precisamente en mayo de 1922 le llevaron sus méritos a esta ciudad donde la Dirección General de Bellas Artes le nombra profesor numerario de Composición con su acumulada de Nociones de Armonía del Conservatorio de Música y Declamación. Ya era conocido en Valencia, pues en 1909 se presentó a un concurso de obras musicales de la Exposición Regional Valenciana obteniendo el Premio de gran distinción con su obra para piano y orquesta titulada “Villa por villa, Valladolid en Castilla”.

El traslado de Ruiz Manzanares a la capital del Turia dejaría la dirección de la Escuela en manos de Damián Ortiz de Urbina, quien tomó plena consciencia de lograr la validez académica a la institución, un camino que sería tomado por el siguiente director, Julián García Blanco, quien estuvo al frente del centro durante cuatro décadas.

Ya en Valencia, el 17 de abril de 1923, en el salón del Conservatorio de Música, hace su presentación ante el público con una audición de sus mejores obras de música de cámara y ofreció sus primicias a la Sociedad Filarmónica Valenciana.

Manuel Palau, Carmen Andújar y Eduardo López-Chavarri

Su presencia en la ciudad levantina le llevó a entablar amistad con los mejores músicos valencianos que luego serían grandes amigos como el escritor compositor y musicólogo Eduardo López-Chavarri, ilustre discípulo de Pedrell, quien recopiló un buen ramillete de cantos populares valencianos y recuperó algunas danzas relacionadas con el Corpus Christi y también con su esposa la soprano Carmen Andújar.

Mantuvo una relación estrecha con su compañero en el conservatorio y profesor de folklore Manuel Palau Boix a quienes también unían la música y el folklore. La labor de Palau en el campo del ensayo y la investigación musical fue muy importante, habiendo exhumado numerosas partituras, obras polifónicas del siglo XVII y más de 1.500 motivos folklóricos, entre ellos la música completa del Misteri d’Elx. Escribiendo numerosos ensayos y análisis sobre el tema, obras basadas en el folklore valenciano y alicantino, donde recoge muchas “danses valencianes” y toques de dolçainers pero con gran dominio de la orquestación “Coplas de mi tierra” “Cuadernos de música folklorica valenciana”.

En Julio de 1923, ante la dificultad de dar a conocer compositores de determinada calidad la Filarmónica Valenciana ofreció al público una audición de obras de Manzanares, profesor de composición del Conservatorio, las obras fueron interpretadas por él mismo al piano, y por los señores Simó, violín, Tomás viola, y Lloret violonchelo. En el año 1926 la Orquesta Sinfónica Valenciana, dirigida por J. Manuel Izquierdo, en uno de los conciertos de la Sociedad Filarmónica estrenó “Concierto para piano y orquesta” obra premiada con Diploma de Honor y Medalla de oro en el concurso abierto por el Ateneo Mercantil el año de la Exposición Regional. El cronista le califica de “…músico culto, inspirado y atento a las palpitaciones modernas del mundo musical. La obra del señor Manzanares aparece espontánea, concebida en la lozanía de la juventud y sin las torturaciones frecuentes en quien, carente de inspiración, pretende suplir esa inapreciable calidad musical con arbitrarios ritmos y sonoridades…”. El propio Manzanares interpretó la parte asignada al piano y el público le premio con insistentes ovaciones obsequiando a los asistentes con sus “Elegíacas nº2” obra suya renovándose los aplausos.

Años después, en 1934 la joven masa coral “Orfeó Valenciá” dirigida por el maestro Sansaloni también incorpora obras de melodías populares castellanas de Manzanares (“arre, bué” o “la ví llorando”) y en 1932 “Canción de romería” y “Canción de trilla” o “Enhorabuena”, esta última para un festival en el Apolo.

En la región valenciana existían numerosas bandas que luchaban por superarse unas a otras y cuyos programas dan ocasión a que en sencillos pueblos se conozcan las obras sinfónicas de los más grandes maestros. Fue componente del jurado en muchos concursos de estas agrupaciones musicales, incluida la fiesta del pasodoble de 1928 y en 1932 forma parte del jurado del primer certamen de rondallas durante las fallas.

Ejerció la presidencia de la Asociación Profesores Músicos Santa Cecilia de Valencia de 1925 a 1927.

Teresa Matarredona

Entre sus alumnos, hay que destacar a Eduardo Ranch (1897-1967) pianista, musicólogo, critico de música y bibliófilo muy activo en los círculos culturales valencianos con quien terminó la carrera; y Teresa Matarredona (1904-1999), folklorista, a la que formaría en armonía y composición iniciándola en el folklore musical en sus primeros años. Como quiera que Manzanares fallece durante la Guerra Civil, al finalizar esta terminaría con Manuel Palau Boix. Es autora del Cancionero Alcoyano. Dio clases también de armonía y composición a Joaquín Rodrigo cuando se matricula en el Conservatorio valenciano.

Jelly d´Arandy

La música de Manzanares también interesaba a reconocidos artistas europeos como la virtuosa violinista húngara, nacionaliza británica, Jelly d´Arany (1893-1966) quien visitó España en varias ocasiones. Durante una de sus giras de conciertos por Europa, la Sociedad Filarmónica Valenciana (1927) la trae y toca en compañía de Manzanares en la que interpretaron Romanza, Andante y Allegro del propio maestro.  También el Cuarteto de Valencia con la incorporación de la Pianista Margarita Saval tocan “Cuarteto en do menor”, que ya había sido interpretado en la Sociedad Filarmónica de Valencia por su autor y otros cuartetistas hace unos años con notable éxito, por lo que la nueva audición de la obra había despertado mucho interés en la afición musical.

Durante las audiciones y festivales organizados por la Sociedad Filarmónica de Valencia, coincide con el artista francés Maurice Ravel en 1928 al que acompañaban la cantante Madeleine Grey y la violinista Claude Lévy. Organizaron la estancia Eduardo López-Chavarri y su esposa. Tras un memorable concierto en el que participó la Orquesta Sinfónica de Valencia dirigida por el propio Ravel, los músicos valencianos y el prestigioso galo lo quisieron plasmar en una interesante fotografía donde aparecen Ravel junto a Manzanares y otros amigos y admiradores de la Filarmónica Valenciana y profesores del Conservatorio.

Manzanares (segundo por la derecha) junto a diferentes socios de la FIlarmónica Valenciana y M. Ravel

Durante la Guerra Civil se suspenden las clases en el conservatorio y en este triste pasaje histórico fallece un 15 de noviembre de 1937, uno de los hombres que más honró y realzó su profesorado. En los años que Manzanares estuvo en Valencia, la cultura musical experimentó un impulso que dinamizó y promovió la instauración y crecimiento de instituciones musicales.

A modo de conclusión

Jacinto Ruiz Manzanares es aún hoy en día uno de los músicos más notables de la música vallisoletana. Los méritos que a este apartado ha traído la figura del grande y a la vez desconocido Manzanares son bien notorios. Alumno sobresaliente en su etapa de estudiante en el Conservatorio de Madrid. Llegado a Valladolid (siempre sintió por ella un cariño manifiesto) fue premiado en los más importantes concursos nacionales e internacionales por sus inspiradísimas y deliciosas composiciones que dicen mucho de su talante artístico. Pero sobre todo y me ha llevado a sacar a la palestra su figura por sus méritos e interés por la lírica popular y especialmente el canto popular castellano haciéndolo suyo y adornándolo con armonizaciones e instrumentaciones más adecuadas que su inspiración le sugería.

En el ámbito docente también el contagio de ese amor por los cantos y tonadas castellanas que transmite, como buen maestro que es, a sus muchos y aventajados alumnos como Ignacio Gabilondo, Carmen Coloma, Félix Antonio González, Marcelino Villalba, Nemesio Otaño, Gonzalo Castrillo, etc. baste ir a cualquier enciclopedia para ver lo que algunos de ellos han aportado a la música popular con sus cancioneros.

Fue un aventajado de su tiempo en el trabajo de campo de esos cantos de pastores y aconseja a todos el uso del gramófono.

La indiferencia y vacío que se ha hecho en torno a su persona y su obra es significativa y dignas de un mayor estimación y aliento.

Fuentes documentales:

  • Hemeroteca El Norte de Castilla
  • Real Academia Purísima Concepción
  • Juan Bautista Varela de Vega. Semblanza de Jacinto Ruiz Manzanares
  • José María de Campos Setién. El Ateneo de Valladolid al hilo musical
  • María Antonia Virgili Blanquet. La música en Valladolid en el siglo XX
  • Carlos Barrasa Urdiales. Ambientes musicales en Valladolid al comenzar el siglo XX
  • Enrique Villalba Muñoz. Apuntes para un “Cancionero de la Provincia de Valladolid” (Inédito)